jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 15: Sin perdón

Desde que mi hija había nacido, las noches se me hacían más cortas. Hasta volví a dormir tranquilamente aunque sus llantos reclamando una toma de pecho me despertasen. Me pasaba las horas libres mirándola dormir en su cuna, con gran alegría para mi mujer, que así no tenía que arrancarme del garaje. Las visitas a casa no paraban de llegar, todos nuestros amigos y vecinos nos colmaban de regalos. Los días libres que me dieron para estar con ella se me hicieron muy cortos. Nuestra familia y nuestros amigos estaban siempre allí, ofreciéndose para todo. De hecho, Carmen hasta sintió agudizado su sentido maternal y nos pidió un sábado poder lavar a la niña. Y su madrina, Alba, encantada también, no había fin de semana en el que no se acercase a casa y se pasase horas y horas con su ahijada. Sin duda fueron días muy felices en mi casa. Me hacía falta, llevaba algo más de un año viviendo un auténtico calvario, amenazas, intentos de asesinato, casi pierdo a la mujer de mi vida... necesitaba ser feliz y ahora casi lo era. Sí, casi, porque toda la mierda que se me estaba cayendo encima me estaba pasando factura. Aunque ahora, no volvería intentar colgarme, tenía muchos motivos para seguir adelante. Lo duro es vivir, encarar los problemas de frente e intentar solucionarlos, colgarse o meterse un tiro en la cabeza, es la solución fácil, y equivocada.
Fuera de la felicidad de mi hogar, había acudido a varias concentraciones y salones de clásicos. En una de ellas, mi Shelby llevó el premio al coche más espectacular del salón. fue algo increíble, el mejor premio a mi trabajo y esfuerzo. Cada vez lo usaba menos, lo dejaba para los fines de semana, a diario iba a trabajar o a la compra en el GT-R. Era el japonés una máquina realmente utilizable a diario, lo mismo dicen del 911, pero el alemán no pasa tan desapercibido como el japonés. Aún así, echaba de menos las miradas de la gente cuando llevaba mi Shelby. El Rey de la Carretera no pasaba desapercibido, su atronador sonido era el mejor anuncio de su imponente presencia. Pero en ese salón me volví a encontrar con uno de mis ídolos, K.K. Downing, que estaba de vacaciones. Cenó un día en nuestra casa, una persona realmente amable y modesta, que tuvo la gentileza de firmarme uno de mis discos favoritos, "British Steel", un vinilo que me había regalado Rebeca por nuestro primer aniversario de novios.
En la empresa seguía urdiendo mi plan. Estaba recopilando toda la información posible. Según la normativa de la empresa, la asesoría jurídica tenía como misión tanto la defensa judicial de la empresa como el asesoramiento jurídico de la misma. También el asesoramiento legal de aquellos trabajadores que tuviesen problemas relacionados con el trabajo, pudiendo actuar de oficio en caso de conocer por mi mismo algún asunto. Eso era lo que hice, descubrí un delito, el fraude documental y falsificación. No estaba seguro sobre quien era su autor, pero desde luego el jefe de Recursos Humanos era responsable de la custodia de aquellos documentos que estaban manipulados o, directamente, no estaban. Había sido bastante negligente en su puesto de trabajo, y cada vez estaba más seguro de que él era el responsable de mis amenazas, y seguramente también del acoso sexual a Laura. Ella por su parte, estaba mas relajada, había venido a nuestra casa varias veces para ver a nuestra hija.
Deseaba volver a casa para estar con las dos mujeres de mi vida, aunque Rebeca se había vuelto un poco histérica, tenía miedo de ser una madre inepta, no lo era, era una madraza, atenta y cariñosa. Otra cosa que la volvía loca era perder la figura, no sé por qué, todas sus amigas le decían la verdad, que la estaba recuperando de manera envidiable, pero ella aprovechaba los momentos en que la niña se dormía para hacer una serie de abdominales.
Un sábado a la tarde recibí una llamada de teléfono.
- Juan, soy Laura, ¿estás libre esta tarde?
Su voz parecía nerviosa.
- Sí...
- Bueno, pues tenemos que quedar, te debo un gran favor, te voy a devolver lo que hiciste por mí, sé quien te está amenazando, nos vemos en la cafetería del primer piso del centro comercial a las cinco ¿vale? ven sólo, ten mucho cuidado por favor.
Ella colgó. Me quedé blanco y empecé a sentir un ligero mareo. Me cambié de ropa y me dirigí al centro comercial en el GT-R. Al llegar allí, en el primer párking, enseguida vi el Mini de Laura, aparqué cerca, miré si ella estaba en el coche, no estaba. Subí al primer piso y entré en la cafetería, estaba desierta. Si se trataba de una broma no tenía muy buen gusto. La camarera me atendió, pedí una cerveza y me quedé allí esperando a Laura. Miré mil veces mi teléfono, ni una llamada perdida, ni sms, tampoco ningún whatsapp. 
- Vaya, parece que tiene una cita. Dijo la camarera buscando entretenerse un poco ante la total ausencia de gente en el local.
- Si, pero parece que la otra parte es impuntual... la tenía a ella por una persona más formal...
- Por casualidad, ella no sería una chica rubia, teñida, muy guapa y agradable, creo que se llama... ¿Laura?
- ¡Sí! ¿la conoce?
- No, entonces usted debe ser Juan -asentí- bien, estuvo aquí, se fue hace menos de cinco minutos, se la veía con prisa, dijo que lo esperaba en el párking.
Saqué un billete de cinco euros y pagué mi consumición, le dije que se guardara el cambio, y salí corriendo al párking, no sé que pasaba, pero mucha gente iba corriendo hacia allí también. Cogí las escaleras y bajé lo más rápido que pude. Al llegar al párking vi un montón de gente arremolinada cerca de donde estaba mi coche. Vi una ambulancia y empecé a temblar. Me hice un hueco entre la gente y fui mirar. No, no podía ser, no podía ni quería creerme lo que estaba viendo, eso sí que no. Laura yacía en un charco de sangre al lado de su coche, tenía dos disparos, uno en la cabeza y otro en el pecho. Estaba boca arriba, tenía una sonrisa enigmática en la cara. Su bolso estaba a su lado, con la mano izquierda aún aguantaba su móvil. Le dije al policía que estaba allí que yo conocía a esa mujer, le di los datos que sabía de ella. estuve hasta que llegaron el forense y el juez a la escena. Llamé a mi esposa y a Alba para darles la noticia, había muerto por mi culpa, qué imbécil era. Miré a sus fríos e inexpresivos ojos, sentí como una puñalada, algo que quemaba mi interior. No pude aguantar más, corrí detrás de unos coche y vomité apoyado en una pared. de pronto me di cuenta de una cosa, volví al charco de sangre que aún quedaba allí, todos se habían ido. me agaché y metí mi mano derecha en la sangre que Laura había derramado por mi culpa, me levanté y cerrando el puño juré que me vengaría del desgraciado que la había matado, no saldría impune de ese crimen.
Al llegar a casa, Rebeca estaba muy afectada. Lo primero que me dijo fue que me animase, que yo no tenía la culpa de nada. Llamé al tanatorio, quería saber donde velarían sus restos. No lo harían hasta el día siguiente, su entierro sería el lunes.
Tras una noche más sin dormir, me vestí para ir al tanatorio. al llegar allí me sorprendió la poca gente que había, Alba ya estaba allí. Una chica se acercó a nosotros, nos preguntó quienes éramos. Al contestar que éramos compañeros de trabajo, la chica nos identificó rápidamente, dijo que de la únicas personas que trabajaban con ella de las que hablaba con respeto era de nosotros dos y de Ricardo. Aquella chica era su prima, Laura no tenía familia, sus padre murieron siendo ella una niña y la criaron sus tíos, ahora vivía con su prima. Ella también nos contó que la estaban amenazando desde hace mucho tiempo, y que aún seguían haciéndolo. A la tarde volví al velatorio, había poca gente, de la empresa, sólo estábamos Alba, Ricardo y yo, parece que Laura no caía muy bien. Empecé a sentir una sensación de asfixia, tuve que salir de allí, me fuí corriendo ante el asombro de mis amigos, Alba salió corriendo detrás de mí, me gritaba que parase, pero no podía. Me subí al coche, arranqué y me fui de allí, ella hizo lo mismo y empezó a seguirme, no podía correr mucho, había muchos coches, pero los esquivaba y Alba también, no podía despegarme de ella. Cogí la carretera y puse rumbo hacia A Capela, necesitaba ir a una carretera que conocía bien, no por experimentar el placer de conducir, ahora necesitaba estar solo. Allí estaba, la carretera de la subida al Eume, yo la hice en sentido inverso, bajando a la central eléctrica. Aceleré y empecé a descender aquella concatenación de curvas a toda la velocidad posible, miré por el retrovisor, nadie me seguía. Hice todo el recorrido y aparqué el coche a la entrada de la central. Nunca hay nadie vigilándola. Entonces allí, en el fondo del valle, me apoyé en la barandilla, mirando la enorme fuerza con la que el agua hacía gira las turbinas. Salía de la sala de turbinas a una velocidad capaz de desintegrar a una persona en segundos. El ruido era muy alto, pero aún así, me parecía escuchar la voz de Laura pidiendo que vengase su muerte. de pronto un ruido de motor me sacó de mis pensamientos, ni siquiera me giré para ver quien era. El ruido de motor cesó, se oyó como se abría y cerraba la puerta y unos pasos apurados. Era Alba, me había seguido, no venía sola, Rebeca venía con ella.
- ¡No lo hagas! ¡¡¡no te tires!!!
- No iba a tirarme, tranquilas.
Rebeca corrió y me abrazó.
- Pensé que ibas a hacer una locura -dijo Alba-.
- No, qué va, ahora no tengo motivos para matarme, tengo mucho por lo que vivir.
- Lo de Laura fue un accidente, no tienes nada que ver -afirmó Rebeca-.
- No te rayes Juan, no fue tu culpa, no quiero verte así, quiero ver al Juan que vi en el Nordschleife, firme, seguro de sí mismo.
-Gracias por todo, sé que no fue culpa mía, pero me siento fatal, estoy destrozado, necesito descansar.
Entonces decidimos volver a nuestras casas.
El lunes, a las cinco de la tarde nos dimos cita en el cementerio, poca gente acompañó a la escasa familia de Laura. Mientras descendían el féretro de Laura, yo cogí una rosa de uno de los ramos, le dí un beso y la arrojé al nicho. La flor aterrizó encima del ataúd, mientras volaba dije en voz muy baja un "adiós Laura, adiós". Visité varias veces su tumba, me remordía la conciencia.
El día siguiente a su entierro, en la empresa, me dirigí a su mesa. Estaba tal y como ella la dejó. Siempre ordenada y limpia, deposité una carta que había llegado, como si ella fuese a volver en cualquier momento y eché agua a las flores que siempre tenía para adornar su puesto. 
Una semana después de su entierro su prima, que se llamaba Rocío, me llamó, dijo que quería hablar conmigo. Fui a su casa y ella me abrió la puerta, sus ojos demostraban que había estado llorando. Ella me invitó a entrar y tras ofrecerme algo de beber, invitación que decliné, me dió un gran sobre marrón de papel, de esos que tienen papel de burbujas en el interior como protección. En el sobre sólo ponía "Juan". 
- El sábado que se fue, me dijo que si le pasaba algo, que te diese este sobre. Parece que ella sabía que no volvería nunca más.
Tras decir eso, Rocío se echó a llorar. La abracé y salí de su casa una vez ella se tranquilizó. Al volver a mi casa, estaba solo, Rebeca había salido con nuestra Alba a casa de sus padres. Al abrir la puerta, un sobre de papel blanco de considerables dimensiones estaba en el suelo. Otra vez, lo sabía una nueva amenaza. Antes de ver la nota me fijé en que había un CD, era grabado, tenía puesto en letras mayúsculas la etiqueta "Audio". Puse el CD en el reproductor y empezó a sonar una canción, que no podía ser más macabra teniendo en cuenta la ocasión, "Te visitará la muerte", de Obús.
Apagué el reproductor y rompí el CD, revolví en el sobre para coger la nota. La nota también era muy explícita, era una foto del cadáver de Laura, en el suelo del aparcamiento. Por detrás pegaron un trozo de papel con las típicas letras Times new roman. el texto me estremeció:

Ella sabía demasiado. ¿Qué se siente al tener las manos manchadas con la sangre de una persona inocente? ¿Podrás dormir tranquilo? Tú serás el siguiente.

Rompí la nota, la tiré a la basura y en ese instante volvían mi esposa y mi hija a casa. Mi cara tenía que ser un poema, porque Rebeca enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. Subí al desván a buscar una cosa mientras mi esposa acostaba a la niña. Allí estaba, en el viejo baúl de mi abuelo, la escopeta Remington 870. La cargué, accionando el guardamanos con la escopeta en posición vertical, en plan película americana de acción. La cogí con ambas manos, al darme la vuelta, Rebeca estaba allí, empezó a temblar.
- ¿qué... qué vas a hacer con eso?
- Matar al hijo de perra que mató a Laura y viene a por nosotros.
- No, ¡por favor! Te lo suplico.
- No me pidas eso, si ese tío se atreve a poner un pie aquí le vuelo la cabeza.
- Juan, por favor, no hagas eso.
- No te pongas así, ese desgraciado la mató a ella y quiere vernos a nosotros enterrados. Esconderé la escopeta en el garaje, no te preocupes, cuando todo esto pase, la llevo a inutilizar, no me desharé de ella, fue de mi abuelo.
- Vale, pero ponla en un sitio dónde yo no la vea, sabes que no me gustan las armas. Todo este asunto me da mucho miedo.
La abracé intentando consolarla. Ahora, que viniesen a por mí si se atrevían, estaba preparado para todo. 

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