jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 9: El retorno del Rey

Tras aquel gripado de motor, decidí sacarlo del coche. No había ninguna visión más dolorosa para mí que levantar el capó y ver aquel hueco vacío. Consultando en internet, la propia Shelby tenía un servicio de restauración de motores clásicos, me confirmaron que el viejo corazón del Rey de la Carretera podía arreglarse. El precio era bastante competitivo y me me animé a introducir una serie de mejoras que alargarían su vida. Contraté la restauración y actualización. Instalarían un encendido electrónico, cambiaría el orden del encendido, las muñequillas del cigüeñal y el cigüeñal para aprovechar las pulsaciones ondulatorias, nuevas bombas de aceite y gasolina y un sistema de refrigeración mejorado. También encargué un autoblocante, para poder dominar los -ahora sí- quinientos caballos percherones de mi máquina.
Para desquitarme, solía calzarme el mono de cuero y dar unos largos paseos a ritmo alegre en mi Norton. Una tarde de invierno, noté que un coche negro iba bastante cerca de mi, apenas podía verlo, pero podía sentir su sonido. En una curva el coche se acercó aún más, y noté como tocaba la rueda trasera de mi moto. Nada pude hacer por mantener el control, mientras caía y rodaba por el asfalto, oí cómo aquel coche aceleraba para alejarse del lugar del accidente con rapidez. Mientras estaba tumbado en el suelo, pude ver como mi querida Norton se deslizaba soltando chispas, chocaba contra un árbol y empezaba a arder. Quería levantarme, pero un inmenso dolor de cabeza y un pitido en los oídos me lo impedía. Unos chicos vinieron corriendo hacia mí, eran conocidos, los del Hyundai V6 del polígono. Llamaron a una ambulancia, uno cogió mi móvil y llamó al primer número que apareció, que debía ser el de mi novia. Los sanitarios dijeron que estaba bien, que no tenía nada grave, y los chicos, muy atentos estuvieron conmigo todo el rato, aún se acordaban de mí y no precisamente para mal. Dijeron que el coche que me golpeó tenía matrícula extranjera, con "unas letras mazo raras, sabes". Me dijeron que si sentía algún mareo o dolor de cabeza me dirigiese rápidamente al hospital. Sólo quería ver los restos carbonizados de mi moto, mi juguete, la había perdido tan pronto que casi no me dio tiempo a disfrutarla, no pude evitar llorar, pero por lo menos seguía vivo, aunque no creía que fuera durante mucho más tiempo, estaba seguro que quien me tiró de la moto, era la misma persona que estaba detrás de las amenazas, que cada vez eran mas frecuentes e inquietantes, aquellas llamadas de teléfono en las que sólo se oía una respiración muy profunda no eran precisamente cómodas. Mi humor estaba cambiando, a peor, desconfiaba de todo el mundo, todo el mundo estaba contra mí, en ese momento no tenía amigos, toda la gente que me rodeaba, sin excepción, buscaba mi ruina.
El invierno fue entrando cada vez más, y lo único que recuerdo con alegría de esa época fue una tarde que pasé con mi chica en la nieve, lanzándonos bolas, jugando a hacer ángeles de nieve, parecía una escena de "Love Story" aunque no era en Nueva York, si no en Galicia. Y después vino la Navidad, se organizó una cena en la empresa, no quería ir, pero la presión que ejerció Alba me acabó convenciendo. La última vez que hable distendidamente con ella fue para felicitarla por su cumpleaños y darle un pequeño regalo, ni siquiera quería hablar con una de las personas a las que consideraba como de mi familia. Para la cena me vino a recoger su novio, a la vuelta de la cena nos recogería Rebeca. La cena transcurrió sin incidentes, salvo cuando empezó a abrirse la barra libre. bebí un whisky tras otro, mientras Alba, que estaba a mi lado me miraba con preocupación. Llegó la hora del cierre, llamamos a Rebeca y nos vino a buscar, con voz etílica insté a Alba a sentarse delante. Ella y Rebeca empezaron a hablar mientras yo, con mi soberana borrachera, cerré los ojos sin quedarme dormido.
- Bueno Rebeca, ¿nerviosa con la boda?
- Sí, hija. No lo sabes tú bien, jajajaja.
- Si necesitas algo, dímelo, te ayudo encantada.
- Te tomo la palabra, cuando vaya a por el vestido, ¿me acompañarías?
- Encantada, eso sí, a cambio me tienes que dejar poner el anillo de compromiso, quiero probármelo jaja.
- Sin problemas. ¿Fue tan desconsiderado que cuándo lo compró no te lo dejó poner? el angelito -por mí- se pasó ¿no? Espero que no hiciera algo que te avergonzase o de lo que tenga que avergonzarse.
- No, se portó bien. Sólo que ha bebido demasiado, Durante la cena estuvo muy callado y reservado, con la cabeza baja. Sé que es meterme donde no me llaman, pero me tiene muy preocupada, lo veo muy abatido, sólo contesta con monosílabos, no sonríe, hasta parece que le molesta que le hablen ¿qué le pasa últimamente? 
- Está dormido ¿verdad? Bueno, lo están amenazando de muerte, lo está, bueno, lo estamos pasando realmente mal. 
- ¿qué? no me dijo nada...
- No te dijo nada porque él es así, dice que no quiere molestar a nadie con sus problemas, que ya los solucionará el sólo. -Dijo Rebeca con voz temblorosa.- Y lo de la moto, dijo por ahí que cayó, pero lo tiraron. Me da miedo, está pasándolo tan mal porque se cierra en sí mismo. No se si es alguien que quiere tomarle el pelo o no. Pero si es una broma, no tiene ninguna gracia.
-Vaya, si necesitáis algo, aquí estoy.
-Gracias, de corazón.
El viaje, poco más duró, cuando se iba Alba, me despedí, se asustaron al saber que estuve despierto todo el rato.
las desgracias no parecían dejar de sucederse, en febrero fallecía un tío mío, Ricardo. Un hombre que se marchó con 19 años a Suiza y gracias a su esfuerzo, ganó un montón de dinero y se convirtió en un gran empresario. Murió de una larga enfermedad, no quiso decirme nada para no preocuparme, mis padres, obedecieron su deseo de que yo no me enterase hasta el final. Tras su entierro, unos quince días después, su albacea nos llamó, era soltero y legalmente nosotros éramos sus herederos. No me hizo ninguna gracia entrar en su casa sin estar él, me mareaba allí. Su albacea leyó su testamento, a mi madre, su hermana, le dejaba todo su patrimonio, salvo una cuenta bancaria y el coche que estaba en el garaje de su casa que eran para mí. de él heredé yo mi pasión por los coches. Al bajar al garaje, el único coche que había allí estaba cubierto por una funda. Rebeca me ayudó a sacarla, y pude ver una maravilla, era un Nissan GT-R, de color "Nismo gun grey", tenía unas llantas negras, como las del R34 Z-Tune y unos canards en el parachoques delantero hechos en carbono. Abrí la puerta, y sobre el asiento me encontré una carta.

Querido sobrino,
Quiero que me disculpes que no te contase mi enfermedad, no quería que me vieras sufriendo, quiero que recuerdes a tu tío de cuando te llevaba con él a las tandas del Jarama en su 300ZX. Este coche lo compré para que fuesemos tu y yo al Nordschleife. Yo ya no podré ir, pero tú si. Cuando vayas, manda un mail a esta dirección.
Con cariño, Ricardo
PD: mira la guantera, considéralo mi regalo de boda


Estaba muy emocionado, la dirección de mail era japonesa. Al mirar la guantera, había una libreta bancaria, al mirar la cifra, casi me dió algo, era muchísimo dinero, con esa cifra podíamos dedicarnos a vivir de rentas durante una buena temporada.
Fui asimilando la muerte de mi tío poco a poco, la llegada del motor del Shelby desde Las Vegas me ayudó a sobrellevarlo. All llegar me faltó tiempo para reinstalarlo, me tiré semanas en el coche, mientras mi chica seguía poníendose muy celosa de aquel coche, "que a ver si arreglas el enchufe de la cocina", "quieres al coche más que a mí" o "el coche o yo, tu eliges" eran las frases que tenía oír con mayor frecuencia. 
Un viernes, lo terminé, encendí el coche, casi me olvidara de aquel sonido, tan potente, tan diabólico que ni la Tocata y Fuga de Bach podía superarlo. Aceleraba al aire y se me dibujaba una sonrisa maléfica, me miré en el retrovisor mientras aceleraba y mi cara parecía la del protagonista de "La naranja mecánica".
alí del garaje muy rápido, notando el latigazo del autoblocante metiendo en vereda a los quinientos caballos salvajes del V8. Sí, aquella sensación de vibración del suelo, acompañado del silbido de mis carburadores, me sentía todo un macho, un hombre de pelo en pecho, aquel coche era virilidad y testosterona en movimiento. Al llegar a un semáforo, paré a la par de un SLK AMG, dos niñas pijas iban dentro, me hicieron señas de que bajase la ventanilla:
- Elvis, los 70 ya pasaron, cómprate un coche nuevo...
- Me apuesto lo que queráis a que os gano.
- Calla imbécil, eso no corre, cuando se ponga en verde prepárate a tragar polvo.
Empezó a sonar una de mis canciones favoritas, sería mi himno triunfal.
Unos cuatro segundos después de esa frase, el semáforo se puso verde, aceleré y le dediqué un "cógeme si puedes, cacho zorra" a la conductora del Mercedes. Segunda, tercera, cuarta, la aguja del cuentakilómetros subía de manera endiablada, mientras esquivaba a los coches que circulaban por la calle. Miré por el retrovisor a aquellas niñatas que intentaban, sin éxito, alcanzarme. Vaya, vaya, el cazador era ahora la presa. Era brutal, esa sensación era lo mejor para mi, como una droga, mi corazón latía tan rápido como si fuese mi primera vez con una mujer. El Rey había ganado una nueva batalla, la segunda desde que estaba conmigo y la primera desde su "trasplante" de corazón.
Volví a casa y comparé mis dos nuevos coches. El Shelby, si fuese una chica, sería una stripper, explosivo, brutal y muy muy sugerente, el Nissan, una monitora de aeróbic vestida de alta costura, elegante, discretamente bella y capaz de dejar en rídiculo a cualquiera sin apenas despeinarse. 
Ahora era un hombre con suerte, dos grandes coches, una novia que me toleraba y, al menos, una persona ajena a mi familia a quien yo le importaba.

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