jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 12: Valor de ley

Últimamente estaba muy preocupado por mi esposa, aún se me hacía raro decir que lo era, aparte de las amenazas, los nervios de madre primeriza y el reflujo hormonal que había en su interior era una bomba de relojería. Estaba muy preocupado por ella, me pasaba todo el día a su lado, me desvivía por cuidarla. En ocasiones ella lo agradecía, en otras me decía "déjame hacer algo" y otras se enfadaba de tal manera que temblaban las paredes. Lo peor fue un día que se enfadó conmigo, ni siquiera recuerdo el motivo, pero salió llorando hacia la habitación, corrí detrás de ella y entré en el dormitorio, me la encontré tumbada en cama con la cabeza enterrada entre los almohadones, al preguntarle qué le pasaba, la respuesta fue un "vete, déjame sola". Sin embargo, aunque sus labios decían eso, sus ojos suplicaban un "quédate, por favor", me senté a su lado y estuvo hablando conmigo hasta tranquilizarse.
Empecé a arreglar una de las habitaciones, había sido utilizada hasta la fecha como cuarto de invitados. Saqué las cosas que había allí y la pinté de nuevo, en un tono blanco. Compramos una cuna, que para montarla me vi negro, aunque no era un manitas, el bricolaje no se me daba mal del todo, pero las instrucciones de montaje de aquella cuna eran difíciles de comprender. Una vez la tuve lista decidimos que hasta que no conociésemos el sexo del bebé no empezaríamos a hacernos con ropa ni más elementos decorativos. A mí, que fuese niño o niña me daba exactamente igual, sólo quería que mi hijo fuese un bebé fuerte y sano.
Lo más duro eran las noches, apenas podía dormir, me volvía a la cabeza el miedo de las amenazas, no permitiría que nadie le hiciese daño a ella. Me pasé muchas noches velando su sueño, mirando como dormía tranquilamente, no podía evitar abrazarla o enredar un mechón de su pelo entre mis dedos.
Me pasé mucas horas en el garaje, sobre todo cuando veía que el temporal de la bronca que ella podía echarme sin motivo aparente. El garaje era mi refugio. Un sábado a la mañana cogí el Shelby, fui a dar una vuelta con él. Era increíble su sonido, estaba realmente enamorado de él, impresionante. Acelerar hasta la zona roja mientras mi cuerpo se aplastaba contra el asiento de cuero, cambiar de marcha y otra vez. Aquel coche era muy muy especial. Transmitía emociones, sentimientos, no era un insulso trozo de metal, plástico y demás materiales como esos cacharros híbridos y eléctricos que querían imponernos con la excusa del ecologismo y el ahorro. El Shelby era placer de conducción en estado puro, los que me criticaban por tener aquel coche tan llamativo, ruidoso y consumidor recibieron siempre la misma respuesta por mi parte: "cuando conduzcas, mira a tu alrededor a ver cuanta gente se fija en tu coche. Cuando voy con mi GT500, todos miran para él y sonríen, sobre todo los niños, que se quedan extasiados a su paso. Al menos, les he alegrado el día y tendrán algo que contar a sus amigos en el patio del recreo". Era impresionante. A veces le era infiel a mi Shelby con el GT-R, era más discreto, también más rápido y manejable. Mientras en las curvas, al yankee había que tratarlo con suma delicadeza, el japonés admitía entrar a todo trapo, era también cautivador, pero carecía del atractivo sonido e imponente presencia del Rey de la Carretera. 
Al volver del paseo y disfrute con el Shelby, lo metí en garaje. Al bajarme del coche oí un ruido, como de que algo se movía, me entraron los nervios, podría ser el desgraciado que me estaba amenazando, cogí el bate y me salí afuera a ver que pasaba, no había nadie, la calle estaba desierta, dí un par de vueltas alrededor de la casa y nada. Dentro del garaje reinaba el silencio. Guardé el bate y entré a casa. Ella estaba en el cuarto de baño, otra náusea, la ayudé a levantarse y la acompañé hasta el sofá del salón. El tiempo había pasado y ahora empezaba a lucir una barriguita de premamá. Siempre se comía la cabeza sobre su aspecto, antes le gustaba ir arreglada, pero ahora se había vuelto un poco neurótica, aunque lucía orgullosa su embarazo, se miraba mil veces al espejo y preguntaba si la ropa que llevaba puesta le quedaba bien. 
- ¿te sigo pareciendo guapa?
- claro
- lo dices para quedar bien -refunfuñó-.
- No. es la verdad, desde que estás embarazada nunca te he visto sonreír tanto. Tienes algo especial en la mirada.
De pronto, el timbre de la puerta nos apartó de nuestra conversación, salí a abrir y ella vino detrás de mí. Era la hija de nuestros vecinos, Paula, una niña encantadora de cinco años. Su madre la acompañaba, Pilar, una mujer también muy amable. Por suerte la niña heredó el carácter de su madre, porque el padre era un auténtico imbécil, estirado y creído a más no poder. 
- Venga Paula, dile a Juan lo que querías.
- Mi gatito se ha metido en tu garaje. La niña lo dijo con una voz seria y una cara de pena muy convincentes. Tenía unos ojos realmente expresivos.
- Muy bien, vamos a ver si lo vemos, ¿vale? -le ofrecí mi mano- ¿vienes conmigo?
- Sí. La niña me cogió la mano y fuimos hacia el garaje, detrás venían su madre y mi mujer hablando.
Al llegar al garaje encendí las luces, la niña empezó a llamar a su mascota.
- ¡Zarpas! ¡Zarpas! ¿dónde estás? no seas malo, ¡ven!
De pronto un maullido se oyó debajo del Shelby, supongo que el gato se metería allí para aprovechar el calor que desprendía el V8. Nos acercamos allí y vi los ojos brillantes de aquel gato gris. Paula se agachó y volvió a llamar al animal, que salió corriendo de debajo del coche y saltó a los brazos de la pequeña, que se quedó mirando para mí y me dijo "gracias". Se quedó mirando a Rebeca, puso al gato en el suelo y le dijo:
- ¿has comido mucho estos días?
- No, no estoy gorda, estoy embarazada, voy a ser mamá.
- ¿Ah sí? 
- Sí, dentro de unos meses Juan y yo vamos a tener un niño o una niña, y ahora está guardadito en mi barriga.
- Ah, ¿cómo lo metiste ahí? ¿no tenías un sitio mejor para guardarlo?
Nos echamos a reir, ante la cara de duda de la niña, la verdad es que la inocencia de los niños es, a veces, cómica.
- ¿Le puedo decir hola?
- Claro, acercate a mi barriga y háblale, eso sí, en bajito, para no asustarlo.
La niña se acercó con mucho cuidado y abrazó Rebeca a la altura de la barriga, y muy bajito empezó a hablar, le dijo que se llamaba Paula, que quería conocerlo para ser amigos y si quería ser su amigo. La niña se quedo un poco enfadada porque el bebé no contestó nada.
Al verla a ella me entraba un instinto paternal, aunque también miedo, no sabía si estaba preparado para ser padre. 
Rebeca le ofreció un trozo de chocolate a la niña, que soltó al gato y fue corriendo a la cocina. Su madre cogió al animal y salimos hacia la puerta, Paula llegó masticando un trozo de aquel dulce y se despidieron de nosotros. la sonrisa de aquella niña diciendo adiós con su mano me hizo sentir algo dentro de mí, estaba deseando que fuese mi propio hijo o hija fuese la que me hiciese ese gesto a mi, me tardaba poder jugar con el o ella.
aquel fin de semana fue muy tranquilo, y llegó el lunes, vuelta al trabajo. Aquel día sólo tenía que ir a trabajar por la mañana, saldría al mediodía.
Bajé hacia el párking de la empresa, oía gente dicutiendo acaloradamente, una voz de mujer, que a medida que me iba acercando se me hizo mas conocida, era Laura, la secretaria, discutía con un tío que no conocía de nada.
- ¡Déjame! voy a gritar...
- Grita todo lo que quieras hijaputa...
-¡Ayuda!
- Cállate pedazo de mierda. mientras la agarraba con fuerza golpeándola contra la pared.
Salí carriendo hacia allí, no tolero que un hombre le pegue o amenace a una mujer. Mi abuelo no iría mucho a la escuela, pero me enseño que siempre había que ayudar a quien estuviese en apuros, sobre todo si era una chica. siempre decía "a una chica no se le pega, si se deja le das un beso". Separé al imbécil aquel de ella, me quiso pegar, fui mas rápido y le pegué un puñetazo en la nariz, empezó a sangrar y se fue corriendo, gritó una frase que me estremeció: "ándate con ojo, el día que te tiré de la moto tuviste suerte de que no te pasase por encima". Era él, el tío que me estaba amenazando, intenté alcanzarlo, fue en vano, si lo hubiese cogido, lo hubiese matado allí mismo. me di la vuelta y corrí a atender a Laura, se había ido deslizando y acabó sentada en el suelo, con la cabeza entre sus rodillas, lloraba, estaba en un ataque de nervios. me acerqué, la ayudé a levantarse. Ví que aquel imbécil le había desgarrado la camisa, dejando ver su pecho recogido en un elegante sujetador de encaje. En otra circunstancia, aquella visión, como hombre, hubiese sido muy agradable para mí, pero ahora no lo era. Le ayudé a cerrarse la americana, ella seguía llorando, la visión de una mujer llorando siempre me destrozaba, era superior a mí. la abracé y ella lloró y lloró sobre mi hombro durante mucho rato. Al tranquilizarse le ofrecí subir a la máquina del café para que tomase algo y se tranquilizara. Ella estaba mucho más calmada, se negó a subir, quería irse a su casa, pero antes quiso contarme algo.
- Ese tío que me pegó, es mi ex. Un cerdo con mayúsculas. Me pegó durante semanas, lo denuncié y lo eché de casa, que era mía. aún encima en la empresa alguién me estaba acosando sexualmente. Lo denuncié, pero por un vacío legal, el juez se negaba a dictar sentencia porque estaba ausente el acusado, no quería dictarla en rebeldía. Como no tenía declarado domicilio, no podían notificarle nada, y es imposible que él comparezca voluntariamente ante el juzgado. Llevo un año y pico pleiteando por su culpa, esto acabará conmigo. Y lo del acoso, la empresa lo archivó, en Recursos Humanos no me creyeron. No puedo dormir, tengo miedo... Gracias por defenderme, ¿por qué lo has hecho?
- Hay una pequeña diferencia entre los hombres y los caballeros. Mi abuelo me educó para ser uno de los segundos, me dijo que hay que ayudar a quien lo necesite, sobre todo si es una mujer que está en apuros. Antes los hombres teníamos valores y principios, que está sociedad ha ido eliminando, porque como no producen dinero, no interesan. 
Al escuchar su historia, no pude evitar sentir repugnancia hacia el sistema legal, ese sistema que me daba de comer a mí, y que había dado la espalda a una víctima inocente. Parece que solo hay justicia para mujeres que se aprovechan del sistema fingiendo que han sido maltratadas, aprovechándose de esa tragedia o para chorizos profesionales, que tras defraudar millones a los mandos de una gran empresa, salen inocentes, mientras que el pobre que robó una barra de pan para dar la merienda a sus hijos o el yonqui que le robó el bolso a una señora para comprar su dosis, van directamente a la cárcel. En aquel momento no pude sentirme más sucio. 
Pero algo seguía dando vueltas en mi mente, quien era ese tío que intentó matarme. La historia de Laura podría ser una tragedia o un embuste magnificamente orquestado para lograr acabar conmigo. tenía que andar con pies de plomo, nadie parece ser quien realmente es, y a lo mejor, ella no era quien parecía ser. A lo mejor detrás de aquella carita angelical se encontraba una zorra fría y manipuladora que buscaba mi ruina y montaba aquella escena para ganarse mi confianza y después eliminarme a mi. Lo que me hizo desmontar parcialmente esa paranoia fue el hecho de que, estando ella mucho más tranquila, me preguntase por Rebeca, al decirle que estaba embarazada sonrió y me dió la enhorabuena, sólo ella y Alba conocían la noticia en la empresa, ambas por que se le conté yo. Aún así, no me fiaba de Laura, a lo mejor estaba actuando. Al día siguiente, pedí en Recursos Humanos los archivos sobre protestas de los trabajadores. había uno de mediados de 2012 muy interesante:

La empleada Laura Villar, número de plantilla 000456, secretaria de dirección ha acusado a (....) de acoso sexual reiterado. Se decide el archivo de esta queja, está infundada, es una imaginación de la enajenada mente de la señorita Villar

El nombre del acosador había sido tachado con tippex. me dirgí hacia el jefe de Recursos Humanos, le pedí la ficha médica de Laura con su evaluación psicológica. El jefe de Recursos Humanos era un auténtico estúpido, me dijo:
- No puedo darte eso, la Ley de Protección de datos me lo impide...
- La ley también te impide, y es delito, manipular la documentación oficial de la empresa tachando nombres de presuntos acosadores sexuales. De leyes, también controlo.
Se puso blanco y me dió la ficha en silencio, al leer la última evolución psicológica, mis paranoias desaparecieron, nada podía demostrar mejor la inocencia de Laura.

...La señorita Villar muestra un cuadro de estrés post-traumático evidente, ella ha confesado sufrir acoso sexual por parte de un compañero de trabajo. Ello ha desembocado en un estado de ansiedad que...

Era verdad, todo lo contado por ella era cierto. La llamé por teléfono, le dije que en un par de días solucionaría sus problemas. En ese momento, recordé una parte de mi pasado, una de la que no estoy precisamente orgulloso, alguien me debía un par de favores, y ahora era hora de saldar esas cuentas.
Volví a casa, comí y miré como mi esposa dormía la siesta mientras por la radio sonaba una balada muy bonita.
La miré, y recordé todos los momentos que pasamos juntos, llegó en una época difícil de mi vida, en aquel momento ella era la rosa roja que nacía entre las malas hierbas.

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