jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 3: La picadura de la Cobra

Aquella mañana volví a despertarme antes que mi chica, no mucho antes, ya que ella lo hizo unos dos minutos después que yo. Al despertar, sonrió y me dijo:
- ¿Cómo está el director de departamento más guapo del mundo? ¿Durmió bien?
- No tengo ni idea, yo al menos estoy bien y he dormido de maravilla, jajaja.
Era una mañana de martes, saldría al mediodía y comería con ella en casa. Ella los martes sólo tenía que impartir clases en la Universidad por la mañana, a los de primero y tercero, y atender una hora de tutorías. Tras la ducha y el desayuno, me dio el maletín diciendo:
- Toma y vete ya, que llegarás tarde en tu primer día como director...
- Sí mamá -dije riendo-. ¿Nos vemos a las dos y media?
Tras afirmar con la cabeza, nos despedimos con un beso.
Ese día fue tan monótono como siempre, la única diferencia era que ahora cobraba más. Seguía pensando en mi Shelby. Deseaba que llegase el viernes para instalar los nuevos carburadores, ya que los que me habían mandado no correspondían a mi coche. Los que necesitaba yo, unos Holley de cuádruple cuerpo, llegaron aquel mismo jueves.
Una vez llegado el viernes me levanté ansioso a trabajar, como si por madrugar y hacerlo todo más rápido acelerase el tiempo. Aparte, los viernes tenía también la tarde libre y mi chica no, lo cual suponía que podía trabajar en mi coche, sin molestarla a ella. Al salir de casa, por la mañana, me despedí besándola como de costumbre, ella me dijo:
- ¿Sabes que día es hoy?
- Claro, viernes, por fin podré poner en marcha el Shelby, llevo tanto tiempo esperándolo....
- Ah, que bien... -dijo ella, de manera forzada-.
El trabajo siguió la tónica de la semana, de vuelta a casa, comí lo que ella dejó preparado y me faltó tiempo para abalanzarme sobre el coche. Instalé los carburadores, los reglé para gasolina de 98 octanos y empecé a llenar el motor con aceite. Eché gasolina, cerré el capó y apreté los pines de cierre. Me quedé mirando aquel coche. Era espectacular. Luciendo con orgullo aquel color azul "Acapulco" con bandas laterales y longitudinales en blanco "Wimbledon". Las letras "GT500KR" en los laterales, la cobra amenazante enseñando los colmillos, el anagrama "Cobra Jet 428", las bandas blancas paralelas recorriendo longitudinalmente la carrocería. El mismo color de los Ford GT 40 de Le Mans del equipo Shelby American, y el mismo motor que ayudó a Henry Ford a vengarse de Enzo Ferrari. Era amenazante, imponente, imagino que al verlo por el retrovisor uno se sentiría intimidado. 
Me senté en el coche, me abroché aquellos arneses que colgaban de la sencilla barra antivuelco que estaba tras los asientos delanteros sin interferir en los traseros, eran incómodos. Acaricié el cuero negro del asiento, disfruté de su olor, agarré aquel volante de aro fino de madera con la misma dulzura con la que agarraría a una bella mujer, incluso con mayor cariño. Miré a la cobra que presidía el centro del volante, ya me había picado, y sentía su veneno saliendo de sus colmillos que había hincado en mi lo más profundo de mi mente y que ahora corría por mis venas. Apreté el embrague, giré la llave de contacto con el pulso acelerado, rezaba para que no pasase con el Ritmo que, con suerte, arrancaba a la octava. Arrancó a la primera, parecía que el mismo Infierno estaba en mi garaje, aquel rugido sordo como el de un trueno que dejó pasó a un ronroneo al ralentí como el de una bestia salvaje. Le dí un par de acelerones en vacío, era como una droga, al acelerarlo sonaba como un avión aliado de la Segunda Guerra Mundial persiguiendo nazis por los cielos de las Ardenas. Entraba en un éxtasis, cada vez necesitaba más oír ese sonido, sentía como los carburadores aspiraban aire para alimentar aquel coloso de 428 pulgadas cúbicas. Me decía a mí mismo "El rey de la Carretera ha vuelto", le dí otro acelerón y grité, ¡¡¡¡Larga vida al rey!!!! mientras la aguja del cuentarrevoluciones volvía a visitar la zona roja del tacómetro. En ese instante noté que mi novia había vuelto, me miraba preocupada desde la puerta interior del garaje. Apagué el coche con una sonrisa enorme.
- La cena está lista...
- Ya voy ahora.
Había preparado mi plato favorito, Lasagna, la suya era excelente. Era una cocinera estupenda, teníamos un quid pro quo, ella cocinaba, yo como no sabía, fregaba. Durante la cena ella volvió a preguntarme si sabía en que día estaba, le dije que no. Un gesto frío recorrió su cara, dejó de cenar, se levantó con un gesto triste:
- Me voy a la habitación, no me encuentro bien.
Me quedé recogiendo los platos. Al acabar subí al dormitorio, allí estaba ella, al verme se giró, sonriendo y con lágrimas asomando a sus ojos después de leer la carta que le había dejado sobre la mesilla de noche, dijo:
- Sabía que no te olvidarías de qué día era hoy.
- Te prometí que jamás olvidaría la fecha de nuestro aniversario, ¿Has visto el cajón de tu mesilla?
- No. Al decir eso, lo abrió y encontró el pequeño estuche envuelto en papel de regalo rojo que había dejado allí al llegar a casa. Su cara se iluminó al ver aquellos pendientes. Son preciosos, dijo, ¡me encantan! y me besó.
Al día siguiente, sábado, saqué el coche a la calle, lo aparqué delante de mi casa, se veía desde el salón. Descorrí la cortina y lo miré a través de la ventana. Estaba precioso, con aquellos reflejos de luz, más de un vecino salió a la calle a ver que era aquel artefacto que hacía tanto ruido. Ella se acercó y dijo: 
- A la tarde vamos a dar una vuelta en él, ha quedado imponente. 
Asentí con la cabeza, y sonreí, ciertamente, el Shelby era brutalmente hermoso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario