miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo 23: Llegó la hora

Cuando Rebeca se despertó, lo hizo sonriendo, como de costumbre. Ella me miró, quería darme un beso, pero al ver mi cara, frenó en seco.
- ¿Qué te pasa? Algo va mal... ¿Has dormido?
- No le des importancia, no pasa nada.
- ¡Dime que te pasa!
- Vale, ¿sabes que mi antiguo jefe ha muerto hace seis meses?
- ¡Qué! ¿En... entonces quién nos ha estado amenazando?
- No lo sé, sinceramente no lo sé...
- Tranquilo, ya verás como no vuelve a pasar nada...
Miré a sus ojos mientras hablaba, aunque quería aparentar tranquilidad, ella estaba más nerviosa y preocupada que yo. Era desconcertante, ahora tenía pánico, no conocía la cara de quien me amenazaba, no sabía si era hombre, mujer... hasta llegué a sospechar de Alba, pero ella no podía ser.
Me duché y salí al trabajo, llegué sin ganas, antes de tiempo, de hecho, cuando aparqué el GT-R, no había otro coche aparcado alrededor. Al entrar en el despacho, Carlota aún no había llegado, me puse a mirar a mirar por la ventana. Al cabo de unos minutos, sentí unos tacones acercarse a mi puerta, era Carlota. La saludé y seguí observando por la ventana. Veía salir los camiones de la empresa, llegar a algunos trabajadores y vi como Alba aparcaba su M3 al par de mi GT-R y antes de entrar en el edificio, limpiaba con un pañuelo de papel alguna mancha o mota de polvo que tenía uno de los faros delanteros. 
Mi mañana fue muy monótona, a la hora del descanso, Alba me llamó, para dar una ronda habitual por la nave cuatro y por la siete. Al llegar, la excitación que sentía por el McLaren y por el GTO había desaparecido, tenía las manos en los bolsillos, mirando al F1 de frente, pero aquel cosquilleo en el estómago que sentía viendo al F1, había desaparecido. Esa sensación de nerviosismo como cuando la chica más guapa del instituto venía a hablarme, no existía. Estaba nervioso, no podía dejar de pensar en quien me estaba amenazando. 
- Juan, ¿estás bien? -dijo Alba, sacándome de mis pensamientos-.
- ¿eh? Sí, sí...
- No me mientas, ¿qué te pasa?
- Vale, la persona que creía que me estaba amenazando, y que intentó eliminarte está muerto. Pensé que era el ex de Laura, al que arrolló un mercancías, pero no era él. Pensé también que era mi antiguo jefe, pero está enterrado desde hace seis meses.
- ¿Tu antiguo jefe? ¿Por qué?
- Era el anterior director de Asesoría Jurídica de la empresa en la que estábamos antes, lo despidieron y yo heredé su puesto, no se lo tomó nada bien. Era un incompetente, siempre se lo reproché, pero nunca hablé mal de él a la dirección. Seguro que era él. El muy enfermo quería matarme a mí, a Rebeca, a mi hija y después lo intentaron contigo. ¡Dios! Lo odio, menos mal que está muerto, si no lo mataría yo. Mató a Laura, la acosaba, abusó de ella todo lo que quiso. Espero que arda en el Infierno. ¡Cabrón de mierda!
- Tranquilo Juan. Seguro que el que te amenaza últimamente sea algún pirado con mucho tiempo libre y que te tiene envidia. -Ella intentaba aparentar tranquilidad, pero se notaba que estaba incómoda-. Tengo una idea, esta tarde venimos aquí, yo pillo el Scuderia, si me lo dejas, y tu el GTO, nos vamos a dar vueltas con ellos. Ya verás como así te relajas.
- Gracias, pero no me atrevo a llevarlo, me parece demasiado...
- Bah, ¿fuiste el más rápido en el Nordschleife y ahora no te atreves con el GTO? Qué desilusión... Bueno, esta noche vamos a cenar a vuestra casa, llegaremos sobre las nueve y media, ¿os va bien?
- Sí, claro que sí. 
- Bueno, pues a las cinco voy a buscarte y nos damos unas vueltas con los "cavallini". 
- Perfecto, traeré los guantes, para domarlo. Alba, gracias por animarme.
- De nada hombre. 
Tras decir eso sonrió. La idea de ponerme a los mandos de uno de los deportivos más radicales de los años ochenta, con permiso del F40, era muy excitante. Tenía entendido que era un coche muy exigente, que no perdonaba un error al piloto. Una bestia indómita, un unicornio, como diría el protagonista de "Sesenta segundos", que no permitía ser domado por nadie. Había que tener las manos de Ayrton Senna o Alain Prost para poder llevarlo al límite.
Volví al despacho, seguí trabajando hasta la hora de salir. Al regresar a casa, la sensación de inseguridad volvió a apoderarse de mí. Cogí la Remington, la cargué y volví a dejarla en su escondite, por si acaso. Poco después llegó Rebeca, y casi sin descanso, se metió en la cocina para preparar su estupenda lasagna. Mientras, yo cuidaba de nuestra niña. Era sorprendente, parecía que cada día crecía más y más. Seguro que sería una mujer muy alta, como su madre.
Después de comer, me puse a buscar los guantes y las botas de piloto. Rebeca tenía la tarde libre, y dijo que se pondría a preparar la cena. Yo le comenté cuales serían mis planes. Al menos respiró tranquila, cuando vio que no me estaba comiendo la cabeza con el tema de las amenazas. Al poco rato llegó Alba, me subí en su M3, y pusimos rumbo a la empresa, en concreto a la nave cuatro. Antes de bajarme de su coche, me calcé los botines de piloto. Entramos en la nave, y tras esperar el encendido escalonado de las luces, vimos la colección en todo su esplendor. Alba empezó a hablarme como un niño que acaba de entrar en una tienda de gominolas y no sabe por cuales decidirse.
- Bueno, primero vamos en el Scuderia y el GTO, después los devolvemos y pillamos el Ford GT y el GT3RS....
- Relájate, primero vamos a por los Ferrari, después, ya hablaremos.
Entonces ella se subió al Scuderia, era impresionante, espartano como una celda monacal, al igual que el GTO, eran bestias diseñadas para ser radicalmente eficaces, no cómodas. Ella me pidió ayuda para abrocharse los arneses. Tras eso, anduve hasta el GTO, acaricié su carrocería desde la parte posterior hasta la puerta del conductor, me senté en el asiento, algo justo para mi metro ochenta y siete, lo regulé y cuando estuve cómodo, me puse los guantes. Estaba concentrándome, primero el guante izquierdo, abrí y cerré la mano un par de veces para que se ajustase bien a mi mano, después hice lo propio con la otra mano. Entonces encendí el motor, que se despertó con un ruido bronco y grave, miré a Alba, ella arrancó su Scuderia, metió primera y enfiló la salida de la nave. Yo iba detrás, ese motor casi no tenía bajos, no me atrevía nada más que a ir en la puntita del acelerador, tenía miedo de que se desbocase. Salimos del recinto de la empresa y ella puso rumbo hacia la carretera que llevaba a la playa, la misma por la que llevamos los Koenigsegg.
En las rectas, me comía literalmente al Scudería, ya que Alba parecía llevarlo con mimo y yo me aplastaba en el asiento debido a la patada de los dos turbos IHI soplando a pleno pulmón, pero en las curvas, me entraba el miedo y frenaba más de la cuenta, momento en el que ella me rebasaba como un misil. Fuimos conduciendo hasta la playa. Allí dimos vuelta y volvimos a la nave cuatro. Aparcamos dentro, y ella me hizo señas para que me acercase a su coche, no podía desamarrarse del arnés.
- Aún nos sobra tiempo -dijo ella-. Vamos dar otra vuelta, ¡me pido el Ford GT!
- Vale, pues yo llevaré el McLaren, me encanta ese coche.
Entonces nos subimos en los coches que habíamos elegido. Ponerse a los mandos de un McLaren F1 es lo más parecido a estar dentro de un Fórmula Uno matriculado, en gran parte debido al emplazamiento del conductor, en el centro. Salimos de la nave, ella volvía a ir delante, pero esta vez puso rumbo hacia la entrada de la autopista. Antes de subir la valla, dio dos acelerones al aire, el Ford GT bramó con rabia, era un aviso de que Alba iba a correr y que yo tendría que darle caza. Entonces, la valla se alzó y ella despareció tras una cortina de humo. Yo estaba tranquilo, llevaba uno de los coches más rápidos del mundo, le daría caza. Salí de la cabina de peaje rápido, acompañado por el aullido de los doce cilindros girando en la zona donde daban su do de pecho, por la radio Kenwood que montaban todos los F1 empezó a sonar una canción que era casi profética: "Highway Star" de Deep Purple.
El McLaren aceleraba de manera casi instantánea, al cabo de poco rato alcancé a Alba, la adelanté como si tal cosa y seguí mi camino. En aquel momento, yo era la estrella de la autopista. Aflojé un poco el ritmo y esperé un poco a que la silueta de Alba y el Ford GT apareciesen por el retrovisor, cuando los vi, puse el intermitente y tomé la salida, acabamos aparcando en una cafetería. Desde la ventana, veíamos como a nadie les pasaban desapercibidos nuestros coches, dos auténticos fuera de serie con los que siempre soñé poder verlos por las calles y que ahora tenía oportunidad de poder conducir. Los llevamos de vuelta a su garaje, era frustrante pasar del McLaren al M3. No es que el M3 sea un mal coche, pero el McLaren es sencillamente único. 
- Juan, ahora me tienes que dejar un día tu Shelby, me gustaría llevarlo.
- Sin problema, supongo que será muy parecido de llevar a este, irá algo más lento y duro. 
- Es que mi M3 es inmejorable, jajaja.
Me dejó en mi casa y se despidió prometiendo que nos volveríamos a ver en la cena. 
A las nueve y media llegaron puntuales, portando un regalo para la pequeña Alba, una muñeca. La cena fue realmente bien, había conseguido olvidarme de los problemas de las amenazas, el hecho de estar conduciendo dos superdeportivos durante la tarde me había hecho desconectar y olvidarme un poco de todo. Cuando Alba y Andrés se fueron, recogí la mesa y ayudé a Rebeca a limpiarlo todo. Menos mal que el día siguiente era sábado y podía hacer lo que deseaba, darle un pequeño repaso al Shelby. Esa noche dormí realmente bien, tanto, que el sábado por la mañana me levanté con unas energías impropias en mí. Tras desayunar me lancé a por mi queridísimo Shelby. Aunque últimamente había conducido alguno de los mejores automóviles jamás fabricados, mi Shelby era único. Me hacía sentir cosas que los otros no podían. Era mío, yo lo había reconstruído, para mí aquel coche tenía alma. Tenía que hacerle un repaso a la carburación, comprobar que estaba bien sincronizada, me llevaría toda la mañana y gran parte de la tarde, es lo malo de ser un poquito torpe y no ser un as de la mecánica. No importaba el tiempo que me llevase, yo lo que quería era hacerlo bien.
No hubo nada más reseñable ese fin de semana, salvo que echaron "Dirty dancing" en la televisión y Rebeca me obligó a verla.
El lunes me tocaba trabajar también por la tarde. Lo llevé bastante bien, si por la mañana visité la nave cuatro con Alba, por la tarde, fui yo solo por allí, y también por la siete, donde había un Ford 350 Super Duty y un Shelby GT500 Super Snake recién llegados desde los Estados Unidos. Eran impresionantes, sobre todo la camioneta, menudo bicho. En la parte trasera sobresalían las aletas para albergar las dobles ruedas traseras, y el gran espacio de carga. Desde luego, estaba hecha a lo grande.
Al llegar a casa me encontré con un Audi A4 aparcado muy cerca, seguramente serían los tíos de Rebeca, que habrían venido de visita. Metí el GT-R en el garaje, pero la puerta interior, que comunicaba con el pasillo interior de la casa estaba abierta. Al bajarme del coche oí a Rebeca, pero su tono no era el de una conversación tranquila, parecía muy nerviosa. Me puse en lo peor, cogí la escopeta y subí sigilosamente con ella por las escaleras, cada vez podía oír con mayor nitidez lo que decía. Estaban en la habitación de mi hija.
- Por favor, no nos hagas nada. Llévate lo que quieras...
- ¡Calla! Mucho tarda tu marido.
En ese momento me acerqué con cautela, la puerta del dormitorio estaba abierta. Entré apuntando al intruso.
- Si no te vas, te meto un tiro.
- Si quieres algo a tu familia, baja ese rifle y pon las manos donde pueda verlas.
Justo en el momento en el que entré en la habitación, vi como una mujer joven sostenía una pistola en sus manos, estaba apuntando a Rebeca, que tenía a la pequeña Alba durmiendo en sus brazos. La mujer del arma ni siquiera me miró cuando le hablé.
Obedecí, no podía permitir que les pasase nada a ellas, entonces ella me apuntó y la reconocí. Dicen que tu destino está marcado al nacer, con independencia de las sendas que cojas a lo largo de tu vida. En aquel momento comprendí que había llegado mi hora.

domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulo 22: Atando cabos

A la mañana siguiente, volví al trabajo, mientras aparcaba mi coche en la plaza de costumbre, noté que Alba todavía no había llegado. Al cabo de unos segundos tras bajarme de mi GT-R, un sonido de aspiración junto al ruido inconfundible de un motor hizo aparición, era ella, con su flamante M3. Mientras aparcaba, noté una sonrisa enorme en su boca, se bajó del coche y aún manteniendo la sonrisa me saludó.
- ¡Muy buenos días! Hace una mañana preciosa.
- Buenos días Alba. Parece que desde un M3 la vida parece más bella, ¿me equivoco?
- No, para nada. Vayamos entrando, que al descanso tenemos que dar una vuelta hasta la nave cuatro, jajaja.
Entré en el despacho y mientras no dieron las once y media de la mañana, hora habitual de nuestra pausa, no salí de él en toda la mañana. Mi padre me había dado unas llaves de la nave, sólo el y yo teníamos acceso a ella. 
Nosotros no dejábamos de maravillarnos ante aquellas joyas mecánicas. Aunque lo habíamos visto miles de veces, el McLaren F1, seguía siendo cautivador, el Ferrari F430 Scuderia, seguía luciendo su impoluto rojo "rossocorsa", el Lamborghini Countach 5000S seguía pareciendo tan actual que, a pesar de tener más de veinte años, aparentaba menos y el Ford GT seguía tan intimidante con sus bandas blancas sobre el negro de la carrocería como cuando su pariente, el GT40 ganó las veinticuatro horas de Le Mans. Mientras tanto, el 997 GT3 RS que allí había sólo llamaba la atención por las bandas naranjas que salpicaban la carrocería gris. Sabíamos que iba a llegar un nuevo miembro a la colección de mi padre, otro coche cuyos dueños se negaron a pagar el transporte, sólo sabíamos que se trataba de un deportivo clásico. 
- Juan, ¿qué coche crees que traerán para aquí?
- Ni idea, pero dentro de poco lo descubriremos, están acercando un camión hacia aquí, seguro que es el coche.
En ese momento apareció mi padre, mandó bajar la carga. El coche estaba cubierto por una funda de color grisáceo, rodeamos el coche y vimos que la funda tenía un logotipo de Ferrari bordado. Por lo que abultaba su parte trasera deduje que se trataría de un modelo de competición, pero cuando ayudé a mi padre a sacar la funda, Alba y yo nos quedamos boquiabiertos: ante nuestros ojos, se mostraba más bello y espectacular que nunca un maravilloso Ferrari 288 GTO rojo. Mi Ferrari favorito. 

Resultaba ser de un señor que le debía el transporte de una serie de objetos de lujo como muebles u obras de arte además del coche, y se negaba a pagar, por lo que mi padre se quedó con el "cavallino". Su estampa era muy agresiva, había sido diseñado para el Grupo B del Mundial de rallyes, era una bestia indómita con un motor V8 biturbo de los de todo o nada. Me impresionó tanto, que no me atrevía a conducirlo. 
Desde que habíamos descubierto el tesoro de la nave cuatro, nuestra afición era velar por aquellas joyitas, y por las tardes, los sacábamos a dar una vuelta. Alba no se había atrevido a llevar el F1, y ahora ni yo ni ella nos veíamos capacitados para llevar el GTO.
Tras ver el desembarco del nuevo miembro de la familia y el regreso al trabajo, volví a casa para comer. Rebeca tenía la mañana libre, así que a la tarde me tocaba cuidar de mi pequeña Alba. Poco después de comer recibí una llamada, era Alba "la mayor":
- ¡Hola! ¿estás en casa?
- Sí, aquí con tu ahijada...
- Vale, pues en un rato me acerco hasta ahí, que tengo ganas de ver a la niña. Nos vemos.
- Chao Alba.
De allí a unos veinte minutos, oí el sonido del V8 de su M3, Rebeca ya se había marchado y la niña dormía tranquilamente en su cuna. Salí a la puerta a recibirla, venía sola, sonriendo, como de costumbre. 
- Hola, ¿la niña está dormida?
- Sí, pasa anda...
- Muy bien, procuraré no hacer ruido.
Tan pronto como dijo esa frase la niña empezó a llorar, era hora de su merienda. La cogí con cuidado y la saqué de la cuna. Bajo la atenta mirada de Alba, le dí la merienda.
- ¿Puedo cogerla un rato?
- Sí, claro.
Entonces la madrina tomó a su ahijada en brazos, y empezó a darle besos y a jugar con ella.
- ¡Uy! Pero que mona es esta niña, ¡cómo ha crecido! ¡Qué me la como!
- Jajaja, parece que tu instinto maternal ha salido a relucir ¿eh?
- Me encantan los niños, pero no me veo preparada aún para ser madre, en un futuro, seguro que sí, ahora no. Cuando llegue con Andrés a donde habéis llegado vosotros, me lo plantearé jaja.
- No te preocupes, estoy seguro que serás una madre estupenda.
Ella seguía jugando con la pequeña cuando llegó Rebeca. Fue muy gracioso ver como la niña miraba a su madre, a su madrina y tocaya, sonreía y empezaba a reirse. No sé, supongo que les encontraría algún parecido físico, aunque realmente no lo tenían más allá del color rubio de su cabello. En ese momento, Alba sénior decidió irse, tras aceptar nuestra invitación de venir a casa a cenar o comer con su novio. 
Después de cenar, seguí con la lectura de los diarios de Laura, sinceramente cada vez era más desconcertante, seguía muy confundido aunque estaba a punto de terminarlo. Esa misma noche, Iago me llamó por teléfono.
- Oye Juan, estuve hoy en la casa del tío al que arroyó el tren, aquel ex novio de tu amiga. Fui a cortar la luz y ví allí cosas muy raras, mañana a la tarde libro del curro, ¿te voy a buscar y echamos un vistazo?
- Por mi bien. ¿Nos vemos sobre las cinco?
- Por mi perfecto. Ándate con ojo tío, en serio.
- No te preocupes, hasta mañana.
A la mañana siguiente fui a trabajar doblemente excitado tanto por volver a ver a mis queridos McLaren F1 y Ferrari 288 GTO como por ir con Iago a investigar sobre lo que había en aquella casa. A la hora del descanso, Alba vino a llamarme para ir a nuestro habitual lugar de recreo, la nave cuatro. 
El Mclaren seguía hechizándome, pero el 288 GTO también, no sé que me pasaba con ese coche, sentía que si conducía el Ferrari, lo profanaría. 
Tras el descanso, volvimos al trabajo, y después de varias horas, para casa. Sobre las cinco, Iago se presentó con puntualidad inglesa, pero no llevaba su Scirocco, sino la Renault Kangoo y el mono de trabajo de la compañía eléctrica para la que trabajaba.
- Menudas pintas -dije bromeando- ¿ahora te dedicas al porno estilo años setenta? jajaja.
- Menos risas, que vamos de incógnito.
Su cara seria demostraba que algo gordo estaba sucediendo.
- Tío, me estás asustando, ¿qué pasa?
- Ya lo verás cuando llegues, te alegrarás de que ese bastardo esté enterrado. Hay que ser discretos, mientras yo hago que ando en el contador, tú entra en la casa, después entraré yo. Aunque no hay casas en varios kilómetros a la redonda, hay que tener cuidado.
Asentí, y pusimos rumbo a la casa de aquel imbécil. No pude olvidar la escena del tren arrollando a la pick up Mazda al pasar por el paso a nivel. Llegamos a su casa y Iago siguió con la función. Me dirigí a la puerta y comprobé que estaba abierta, entré y le hice una seña a Iago. Él entró y me condujo a una de las habitaciones del fondo. Lo que vi allí me sobrecogió. En una pared había varias fotos mías, de Rebeca, incluso de Iago y Alba. Todos los datos de mis coches, mi Norton, incluso la matrícula del nuevo coche de Rebeca. Sin embargo no tenía mi dirección, pero la sabría y la retendría en su memoria.
- Supongo que todo esto es parte de una venganza por mandarlo a la trena ¿no? -dijo Iago-.
- No... no tengo ni puta idea, esto... me supera, salgamos...
Entoces él me agarró del brazo y siguió hablando.
- Mira ahí abajo, ahora te alegrarás de que esté en el otro barrio.
Lo hice, debajo de una mesa donde había mas fotos, vi unas cajas de madera apiladas, eran cinco. Tenían unas letras en cirílico, pero pude descifrarlas "Avtomatik Kalashnikov 74", eran rifles AK47, pero de fabricación actual. También había bastante munición, tanto para los rifles como para la pistola Tokarev que había aparecido en el coche de aquel desgraciado. Sin duda, tenía pensado acabar conmigo.
- Joder, ¿has... visto eso?
- Sí, cinco Kalshnikovs como cinco soles, hay que sacarlos de aquí...
- ¡¿Estás loco?! Si nos trincan con ellos, vamos directos a prisión...
- Mira, cógelos y llévalos para tus colegas los moteros, así les pagas el favor. Por aquí no viene nunca la Guardia Civil ni la Policía, puedes estar tranquilo. A parte, conozco un atajo, las metemos en la furgona y listo. Llámalos para que nos tengan preparado el sitio.
Hice lo que dijo Iago, el presidente del club se mostró muy contento, dijo que nos pagaría, ya que consideraba que la ayuda que me habían prestado no la hicieron para devolverme los favores que me debían, aún consideraba pendiente la deuda. Cargamos la cajas en la Kangoo y pusimos rumbo al bar del Moto Club. Yo iba temblando de nervios, tenía malos augurios, y se confirmaron, una patrulla de la Guardia Civil estaba haciendo un control. Empecé a temblar, Iago empezó a hablar.
- Mierda, tranquilízate de una puta vez, no hables nada, déjame a mí.
- Buenas tardes, esto es un control de alcoholemia, ¿ha bebido usted? 
- Nada agente, estoy trabajando, pero hago la prueba sin problema -dijo Iago con una sangre fría propia de un mafioso-.
Iago sopló, resultado: 0,0. Afortunadamente, pudimos seguir la ruta hacia el bar. Al llegar allí, metimos la furgoneta por el callejón trasero, el presidente nos ayudó a descargar las cajas. 
- Joder, aquí hay material suficiente para armar un pequeño comando de Al-Qaeda. ¿Dónde las habéis encontrado? -preguntó el presidente-.
- En la casa donde le dimos la paliza al tío que amarramos al juzgado.
- Ah, ya, al que lo pilló el mercancías. Bien, los rifles están bien, aún sin estrenar, esperad, que os voy a dar una pequeña gratificación por ellos, os habéis jugado el pellejo para traerlos, os lo merecéis.
Entonces se dio la vuelta y abrió la caja fuerte que había detrás del cuadro de una Harley Electra Glide. Sacó un fajo de billetes y nos habló pausadamente.
- Bien, en el mercado valdrían unos dos mil euros cada uno, así que cinco mil euros para cada uno. Coged la pasta y salir de aquí cagando leches, no vaya a ser que os trinquen, cuidaos ¿vale? 
A Iago le dio la mano, pero a mi me dedicó un fuerte abrazo. Salimos de allí, hacia mi casa. A Rebeca no le dije nada de lo ocurrido. Aún era pronto y decidí seguir con la lectura del diario de Laura, me faltarían unas diez hojas para terminarlo, curiosamente, a partir de la primera, con la que retomé la lectura, se clarificó algo:

...Hoy por fin se ha hecho justicia, a ese cerdo lo han despedido. Juan asume la dirección de la Asesoría Jurídica de la empresa, estoy muy feliz por él, pero más aún por mí, ya no me molestará nunca más...

¡Era él! ¡Lo sabía! El acosador de Laura era mi antiguo jefe, lo sospeché desde un principio. Al seguir leyendo, Laura contaba como descubrió quien la amenazaba, era él, y también como supo que yo también era amenazado. La última entrada escrita en el diario, me emocionó:

Querido diario:
Es posible que esta sea la última vez que te escriba, creo que no viviré mucho más tiempo. Desde que descubrí quien me amenaza y quien lo hacía con Juan, no me siento nada segura. Hoy he quedado con él para decírselo, me parece lo más correcto decírselo, se lo jugó todo por ayudarme y defenderme, ha sido una de las personas más buenas que he conocido, se lo merece. Sólo quiero decirte que espero no cargar su conciencia con mi muerte, este riesgo lo corro yo sola, sólo quiero ayudarlo, no es culpa de nadie salvo mía. Si salgo con vida, esta entrada la arrancaré, pero no creo que pueda hacer tal cosa.
Rocío, te quiero mucho, lo eres todo para mí. De la empresa sólo quiero que vengan a mi entierro las siguientes personas: Juan, Alba y Ricardo. El resto, como si no existiese, al igual que para ellos yo no existía.
Un beso, con todo el cariño del mundo.
Laura

Tras leer aquella nota, salí corriendo hacia el cementerio, necesitaba visitar la tumba de Laura. Paré por el camino a comprar un pequeño ramo de flores. Al llegar allí, deposité el ramo sobre  la losa de mármol que contenía su nombre grabado. Su prima, supongo, colocó una especie de atril metálico que soportaba un marco de metal plateado, era una foto de Laura, con su eterna sonrisa. Acaricie su rostro fotografiado mientras le daba las gracias por todo su esfuerzo y sacrificio. 
Al salir del cementerio, algo llamó mi atención, el zumbido de una abeja hizo que girase instintivamente mi cabeza para esquivarla, al hacerlo, vi un nicho donde habían colocado recientemente unas flores muy frescas, la curiosidad hizo que me acercase hasta allí, al ver el nombre del difunto, casi me da un infarto: Guillermo Méndez, mi antiguo jefe, había fallecido hacía casi seis meses.
La duda de saber que quien me amenazaba había muerto sembraba cierto desconcierto en mí. Las primeras amenazas las había enviado él, de eso estaba totalmente seguro, pero ¿quién lo hacía últimamente? 
Al llegar a casa, antes de entrar, miré repetidas veces si había algún coche o cara desconocida, la calle estaba desierta. Cené y me metí en cama, no pude dormir en toda la noche. Miraba a Rebeca, abrazada a mí, necesitaba protegerla. Ahora volvía a estar como al principio, desconocía quien me amenazaba.


martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo 21: Un regalo para Alba

Cuando me dirigía al garaje a por el GT-R para ir al trabajo, una llamada hizo que saliese de mi mundo interior de pesquisas sobre quien me estaba amenazando para devolverme a la realidad. Quien llamaba era Alba.
- ¡Hola! ¿ya has salido para el trabajo?
- No, aún no...
- Quería pedirte un favor, ¿puedes acercarme al trabajo? Es que no tengo el coche y... bueno, te cuento luego...
- Sin problema, en cinco minutos estoy ahí.
- ¡Muchas gracias!
La casa de Alba no me quedaba muy a desmano, sería perder cinco minutos. Al llegar a su portal, ella ya estaba esperándome en la acera, me hizo un gesto con el brazo para indicarme su posición. Paré y ella se subió corriendo. 
- Muchas gracias y perdón por la molestia.
- De nada.
- Verás, Andrés tuvo ayer un accidente con el coche...
- Pero, ¿está bien?
- Sí, a él no le pasó nada, pero el coche quedó siniestro. Su trabajo queda bastante lejos de casa, así que le dejo mi coche. Tenemos que mirar de uno nuevo, tan pronto le tasen el suyo.
- Me alegro de que sólo fuese un susto. No te preocupes por nada, puedes venir conmigo el tiempo que necesites.
- Gracias, en serio, pero no quiero abusar, dime cuanto te debo de gasolina y ya está.
- No me debes nada, mujer, hoy por ti, mañana por mi...
- Eso no es así...
- Mira, en vez de pagarme hoy la gasolina, me invitas al café del descanso y luego ya hablaremos.
Eso pareció convencerla un poco, al menos ahora estaba más tranquila. De su gesto deduje que tenía el mismo problema que yo: odiaba ir en un coche sin conducirlo. Para mí, no ir de conductor en un coche era algo muy incómodo, no iba a gusto.
Llegamos a la empresa y aparqué en la plaza de costumbre, no estaban reservadas, pero todo el mundo parecía respetar las plazas donde los demás tenían costumbre de aparcar. Al llegar al despacho, tras saludar a Carlota, empecé a revisar una carpeta sobre un caso de impago de uno de los transportes. Se trataba de una unidad de BMW M3 coupé, serie e92, cuyo dueño se negaba a pagar el transporte hasta su casa, por lo que la empresa, retuvo el coche en las instalaciones hasta que no se efectuase el pago. Se demandó a la empresa, que ganó el pleito, ahora nosotros reclamábamos el precio del mantenimiento del coche. Llevaba seis meses en una de las naves, y nos había llegado un recado del dueño del M3, ya no lo quería y permitía a la empresa que lo vendiese y del precio obtenido por su venta se cobrase la suma correspondiente al transporte del coche y su mantenimiento. Lo que el Consejo quería saber era si podíamos aceptar las condiciones que el dueño del M3 se ajustaban a Derecho. Di mi vista favorable al trato.
El resto de la mañana me lo pasé repasando proyectos de contratos y alguna que otra sentencia. Sobre las once, los nudillos de Carlota golpearon mi puerta, quería avisarme de que Alba venía a buscarme. Me puse la americana y abandoné el despacho. Alba y yo nos dirigimos hacia la máquina del café, allí estaba mi padre.
- Buenos días chicos, ¿cómo va todo?
- Bien, la verdad. Oye papá, ¿dónde está el M3 del tío que se negó a pagar el transporte?
- En la nave cuatro, ¿queréis ver los coches que hay allí? También los hay muy interesantes allí.
- Por mi sí.
- Sí, claro. Apuntó Alba.
Salimos del edificio de oficinas, cruzando el aparcamiento y pasando por delante de la nave número siete, cuyo portón estaba abierto. Un camión estaba esperando para que cargasen los dos Agera R que nos habían prestado días atrás. Me quedé un rato observando el embarque de aquellos hiperdeportivos, a saber cuándo volvería a ver uno de aquellos por las calles. Poco después llegamos a la nave cuatro. Era mucho más pequeña que la siete, más antigua. Mi padre sacó la llave del portón de su bolsillo. Al abrir el portón y encenderse las luces vi una colección de coches menor en número que la de la nave siete, pero tan o mas espectacular. Allí, en primer plano, el M3. Estaba pintado en negro, por su matrícula deduje que tendría poco más de un año, debió ser comprado de segunda mano, pero estaba inmaculado. Según mi padre, tenía veinticinco mil kilómetros. Aquel coche era muy bonito, pero algo llamó mucho más mi atención. Allí, al fondo, entre un Mercedes Clase G y un Ford GT, había un bulto bajito gris que se me antojaba muy conocido. antes de dirigirme al fondo de la nave, me giré y vi a Alba mirando profundamente al M3. Ella se confesaba bemeuvista acérrima. Siempre decía que tenía la suerte de conducir su coche favorito, el serie 3. Ella lo rodeaba numerosas veces, miraba cada milímetro de la carrocería. Se quedó mirando al coche desde el frente, suspiró largamente y se agachó para ver el disco de freno delantero derecho. Parecía que ambos, coche y mujer, estaban en un juego de seducción, y parecía que se gustaban mutuamente. Ella se levantó y me vio, sonrió y dijo:
- Me encanta. Un M3, vaya preciosidad.
- Pues te lo dejo barato -dijo mi padre- tuyo por veinte mil euros. Es un precio de amigo. Todos los coches que están aquí o son de la empresa como el M3, o decidí quedármelos yo. A Juan nunca le dije nada, pero desde que empecé a transportar deportivos, empezaron a gustarme los coches. Todos estos están aquí o por que sus dueños se negaron a pagar el transporte, o porque los mandaron de vuelta, por un capricho decidieron que ya no los querían. El M3, no me interesa demasiado, es un cochazo pero demasiado duro para mí. 
- Uff, veinte mil, es una ganga aunque se me hace demasiado, no sé...
- Mira, piénsatelo bien. Te propongo un trato, lo pagas a plazos, quinientos euros o mil al mes, y así en algo menos de dos años es tuyo. Sin intereses, ¿que te parece?
- Muy tentador, la verdad, pero....
- Venga mujer, date un capricho -dije yo-.
- Oye, que esto no es un bolso de firma ni nada por el estilo. Es un coche, mi favorito, me contentaría sólo con dar una vuelta en él.
- Eso tiene solución -dijo mi padre- me pides las llaves y listo, úsalo cuanto quieras, como si fuese tu coche de empresa, jaja.
- Gracias, pero me pensaré lo de comprarlo.
Entonces me acerqué finalmente al fondo del garaje, me olvidé del Ford GT,  del Lamborghini Countach y el Ferrari F430 Scudería que estaban a mi derecha. Aquel bulto gris estaba seduciéndome a mi como el M3 lo hizo con Alba. Si había algún coche del que estuviese más enamorado que mi Shelby, ese era el McLaren F1, y allí había uno. Mi padre y Alba se acercaron a mí.
- ¿Eeee.. eso es un...? -Dije titubeando-.
- Sí, un McLaren F1. Una historia muy triste, era de un cliente inglés que falleció de un infarto en Marbella, apareció dentro del coche. Su hija pagó la custodia del coche en nuestras instalaciones, hasta que la llamé para saber si quería que le enviásemos el coche. Ella dijo que no quería saber nada de él, que le recordaba demasiado a su padre, que si lo quería, podía quedármelo. Lleva unos dos meses aquí. Es impresionante. Sabía que te gustaba este coche, por eso decidí guardarlo en la colección. Todo lo que ves aquí, son coches olvidados y odiados por sus dueños.
- ¿Sabéis una cosa? Este McLaren, exactamente este, lo vi en Marbella la primera vez que estuve allí, me saqué una foto con Rebeca y con el coche. Me enamoré de él. 
- ¿Es el de la foto de tu despacho? -dijo Alba-.
- Sí, no puedo creer que sea el mismo coche. 
Empecé a rodearlo, lo miraba con la misma mirada que le dedicaría a una hermosa mujer, era impresionante. Empecé a susurrarle al coche, como Nicolas Cage a "Eleanor" en "60 Segundos".
- Hola preciosidad, ¿me recuerdas? Yo nunca pude olvidarte, tu imagen se gravó en mi mente desde que te vi en Marbella. Sigues tan bella como aquel día. Me encantaría poder dar una vuelta contigo -dije mientras acariciaba el pontón izquierdo- prometo tratarte con delicadeza...
- ¡Estás loquísmo! -dijo Alba-. ¡Sólo tu puedes meterle ficha a un coche!
- ¡Eh! que tu te has dejado meter ficha por el M3, jajaja.
- Bueno, pero es diferente. Ella se echó a reír de manera escandalosa.
- A ver chicos, haya paz -dijo mi padre- puedes llevártelo hasta la noche para dar una vuelta.
Entonces mi padre se dirigió hacia un armarito metálico que había en la pared. Abrió su puerta y sacó unas llaves, eran las del F1. Me las alcanzó, y no me atreví a sentarme en él, abrí todos los departamentos, incluidos los pontones laterales, que albergaban el juego de maletas específico del coche. Miré el vano motor, cubierto en parte por láminas de oro, para disipar el calor que emitía el enorme V12 fabricado por BMW. Cerré el capó con cuidado, al igual que los pontones. Me dirigí al frente, en el pequeño capó me encontré la caja de herramientas, era un juego completo de llaves, por lo que ponían en los grabados, se trataba de llaves de titanio recubiertas en nitrito de oro. Me pareció un detalle frívolo, aunque según McLaren era para garantizar la durabilidad de las herramientas. Sólo sé que si llevase una de aquellas llaves a una tienda de empeños, ganaría unos buenos eurillos.
Volvimos al trabajo, yo empezaba a sentir una especie de "síndrome de Sthendal", tanta maravilla mecánica junta empezaba a causarme mareos. A la hora de salir, Alba llegó por mi despacho, quería volver a saludar a su nuevo amor, aquel M3 negro que la sedujo.
Yo aún tenía en mis manos las llaves del McLaren F1, nos dirigimos a la nave cuatro y me acomodé, tras mucho esfuerzo, en el asiento central del McLaren. Alba decidió sentarse a mi derecha.

- ¡Dios! Espero que sea tan rápido como incómodo.
Yo, mientras Alba se quejaba, seguía con mi plan de "El hombre que susurraba a los caballos" de vapor, en este caso.
- Voy a tratarme con mucho cuidado, no te preocupes por nada...
- ¡Menos charla y más marcha! -dijo ella-. Quiero comer hoy en casa, ya ligarás con el coche más tarde.
Entonces encendí el motor, su sonido bronco era muy bonito, casi tanto como el del Shelby, aunque sigo pensando que los motores antiguos y carburados tienen un "je ne sais pas quoi" que hace que su sonido sea más atractivo y contundente. Engrané primera, y entre toses del V12, enfilamos la salida de la nave. Tras salir de la empresa, empecé a acelerar con ganas, aquel motor era más impresionante que el del Koenigsegg, sobre todo al estirar las marchas, el aullido del doce cilindros era insuperable. Ni un concierto de Paganini podría superarlo, ni la novena sinfonía de Beethoven era más contundente y poderosa. Adelantar a un camión fue un juego de niños, reduje una marcha y Alba y yo nos aplastamos contra los asientos, y en el tiempo de un parpadeo, lo habíamos dejado atrás. Siempre me consideré partidario de los motores atmosféricos de altas prestaciones. Los turbo tendrían mejor rendimiento, pero yo prefería los atmosféricos por una razón casi poética. Experimentar en el McLaren una reducción de marchas, con la subida de revoluciones y el sonido que producía era algo épico. No tengo nada en contra de las válvulas de descarga soplando, pero es mucho más bello y espectacular aullido de un motor atmosférico rozando el corte de inyección que el resoplido de un turbo. Llegamos a su casa y se bajó del coche. 
- No corre tanto como el Agera, pero suena mucho mejor. ¡Para que veas que buenos son los motores de BMW!
- No pienso discutir sobre eso, ¿quieres venir a la tarde dar una vuelta en él?
- Me encantaría, pero no puedo. Disfrútalo -dijo muy seria-. ¡Hasta mañana!
Llegué a casa, Rebeca y mi pequeña Alba salieron a recibirme. Rebeca alucinaba con aquel coche, no recordaba que era el mismo que el de la foto en Marbella.
Comí en casa, y tras descansar un poco, busqué mis guantes de piloto para dar una vuelta con el McLaren. Durante más de dos horas rodé por las carreteras con aquella joya de coleccionista, era impresionante. Decidí devolverlo a su garaje, para coger mi Gt-R. Lo aparqué con cuidado, le devolví las llaves a mi padre y volví a casa.
Al llegar miré mi móvil, tenía un whatsapp de Alba, ponía que no podía dejar de pensar en el M3, era una oferta muy tentadora y para pregutnarme que tal me fuera con el McLaren. Entonces pensé en todo lo que ella había hecho por mí, me salvó la vida cuando intenté ahorcarme, siempre me ayudó cuando lo necesité, siempre estuvo dispuesta a cuidar de nuestra hija, su ahijada, sin ni siquiera pedírselo. Mi situación económica me permitía descontarme quinientos euros de sueldo para pagarle el coche, ella se lo merecía. Se lo comenté a Rebeca, dijo que le parecía una buena idea, sería un detalle con ella. Rebeca también le tenía mucho aprecio a Alba, la verdad es que ella se hacía querer.
A la mañana siguiente fui a recogerla a su casa para ir al trabajo. Al descanso, quiso volver a la nave cuatro, a mirar el M3.
De vuelta al trabajo, mi padre entró en mi despacho aproveché para hablar del tema.
- ¿Sigue en venta el M3?
- Sí, pero iba a reservárselo a Alba...
- Bueno, para ella será, pero lo pago yo.
- Tengo otra idea, la chica es casi de la familia, que se lo lleve.
- Vale, dame las llaves, ya me encargo yo de los papeles.
Cuando la llevaba de vuelta a su casa, le quise gastar una broma.
- Alba, han vendido el M3... lo siento...
- ¡Qué! qué mala suerte...
- ¿Esta tarde vas a estar en casa?
- Sí, no creo que salga, ¿por?
- Ah nada, a lo mejor me paso. Ya te avisaré.
Esa misma tarde comí rápido, tan pronto como acabé de lavar los platos, me fui a la empresa. Saqué el M3 de la nave y me dirigí a una gasolinera cercana, llené el depósito y lo lavé. De allí fui a la gestoría de un amigo a recoger los papeles del coche. Una vez guardé los papeles, conduje hasta la calle donde vivía Alba. Un grupo de chavales se quedó mirando al coche mientras aparcaba a escasos metros de su portal. Al bajarme tiré las fundas de plástico que cubría la tapicería de cuero marrón rojizo en una papelera. La llamé y le dije que me abriese. Subí hasta su piso. Estuve hablando un rato con ella, su novio aún no había vuelto del trabajo. Tras eso, vi que era el momento de darle la sorpresa. 
- Vi algo en la calle que a lo mejor te interesa ver.
- ¿Lo que?
- Baja y lo ves...
Ella cogió un abrigo y bajó. Al llegar a la acera y ver el M3 se quedó de piedra.
- ¡Serás cabrón! Aún encima que no pude comprarlo vienes a enseñarme que está aquí...

Yo estaba apoyado a una pared, mientras ella me insultaba, empecé a jugar con las llaves del coche, a lo "American Graffitti", lanzándolas al aire y recogiéndolas.
- Mira lo que tengo. -Se quedó mirándome, entonces le lancé las llaves.- Es tuyo, un regalo de parte de mi padre y mío, sólo tienes que firmar los papeles y ya está.
Ella cogió las llaves, estaba muy emocionada, corrió a darme un beso y un abrazo.
- Dios, ¡gracias! Me encanta, gracias por el regalo, es mi coche favorito, os quiero.
- De nada mujer, bien lo mereces. ¿No vas a probar esos 420 caballos?
- Sí claro, dame un minuto para coger la cartera y vamos. 
Subió y bajó a la velocidad del rayo. Ajustó el asiento y arrancó, salió haciendo patinar las ruedas, apurando primera. Tras salir del centro, puso rumbo hacia la antigua carretera de la Coruña, cruzando el puente del Pedrido, tras subir aquellas curvas enlazadas a ritmo vivo, llegamos a la rotonda del cruce de Sada, donde salió en dirección hacia Betanzos, para después, en un cruce seguir hacia Mariñán y volver al puente del Pedrido. Iba rápido, el cruce lo dio totalmente de lado, volviendo a enderezar el coche haciendo un contravolante con un golpe de muñeca. Iba concentrada, pero en su rostro se dibujaba una enorme sonrisa de satisfacción.
Ella paró en Pontedeume, en una cafetería. Estaba ilusionadísima con su M3.
- Me encanta, es precioso, ¡cómo se nota que le saca el doble de potencia al 325!
- Sí, aparte va más fino de suspensiones, disfruta de tu propulsión al estilo clásico.
- Muchas gracias, en serio.
- Dáselas a mi padre.
Entonces cogió el teléfono y lo llamó para agradecerle el regalo. Después me llevó de vuelta a casa. Unas horas más tarde me mandó un whatsapp volviendo a agradecer el regalo.
El hecho de saber que había hecho feliz a una persona y que no había ninguna nota amenazante esperándome me permitió estar tranquilo un buen rato.

domingo, 17 de febrero de 2013

Capítulo 20: La muerte acecha

Al llegar a casa, y tras acostar a la niña, decidí meterme en cama, habían sido demasiadas emociones. Esa noche, el Agera R sustituyó a Laura en mis sueños. Soñaba que lo conducía por carreteras de la Costa Azul, de Italia, por las "autobahn" alemanas... No podría olvidar jamás ese coche, tan rápido, tan extremo, era lo más parecido a llevar un caza de combate. Fue una experiencia única, dudo mucho que se me presentase otra oportunidad para volver a conducir una máquina tan maravillosa como aquella.
Al día siguiente llegué a casa al mediodía después de trabajar, la tarde la tenía libre. Aprovecharía para estar con mi hija. Me dolía mucho casi no verla durante la semana, por eso tenía que desquitarme los fines de semana y pasarme horas y horas con ella. Esa tarde decidí tumbarme en el sofá con ella en mis brazos, la elevaba, como si ella volase, sonreía y se reía. Después del juego ella se quedó dormida sobre mi pecho, me pasé las horas velando su sueño, tenía una cara que no podía dejar de mirar. ¡Cuánto había crecido! Ahora el parecido físico con su madre era más que evidente, era una niña rubita, con la piel más bien clara. De mi físico sólo heredó mis ojos castaños. Cuando llegó Rebeca a casa, y vio la estampa, no pudo evitar sacar su móvil de la chaqueta y sacarnos una foto. Mi esposa seguía radiante, desde que era madre, lucía una sonrisa preciosa. Aquel día, me encantaba cómo se había vestido, no era nada especial, unos vaqueros, una camisa y una americana azul marino, aunque estaba muy favorecida. La niña se despertó, sin llorar, tenía muy buen despertar, su madre la cogió en sus brazos. En ese momento me levanté, no sin esfuerzo, del sofá, me acerqué a Rebeca y le dí un beso. Mientras le daba la cena a la niña, yo contemplaba la escena. La niña tenía apetito, comía con ansias aquel potito. Daba gusto verla, aunque no sé quien babeaba más, la pequeña Alba, Rebeca o yo. 
Tras acostar a Alba júnior, cenamos nosotros, tras lo cual dedicamos un poco de tiempo a ver la televisión. El llanto de nuestra hija que reproducía el monitor, fue la escusa perfecta para apagar el televisor y subir al dormitorio, cincuenta canales y en ninguno echaban nada potable, sólo cotilleos, realitys casposos y demás griteríos por el estilo. Tras atender a la niña, nosotros fuimos a nuestro dormitorio. En la cama, mientras ella leía la novela "Tres ingleses en Alemania", yo leía el diario de Laura. 
El diario cada vez era más duro de leer. Me asombraba, de un lado, de la capacidad de la mente humana para soportar los tratos mas crueles, y de otro, cómo una persona puede llegar a ser tan sádica y cruel con otra. Laura jamás me pareció una persona odiosa, todo lo contrario, era una chica muy dulce y atenta con los demás, no sólo conmigo. El trato que me dispensaba a mí, también se lo dedicaba a los demás en la empresa. Es posible que el acosador malinterpretase sus intenciones y fuese más allá. Ella se negaría, él no entendería un "no" por respuesta y empezase a acosarla. El placer obtenido por hacer algo prohibido, sumado a la vulnerabilidad de la víctima, se me antojaba un cóctel muy sabroso y adictivo para el acosador. El detalle con que Laura narraba los abusos sufridos era tan extremo que no podía evitar sentir náuseas. Eran las once de la noche, decidí dejar la lectura, y para poder dormir con mejor cuerpo, bajé al salón. Antes de sentarme en el sofá decidí coger un par de álbumes de fotos. Uno era antiguo, recogía la mayoría de las fotos que nos sacamos durante nuestro noviazgo. Allí estaba la foto con McLaren F1 en Marbella. Recuerdo que tras sacar aquella foto, me quedé un buen rato mirando aquel coche, ella se enfadó, quería pasear y ver escaparates, así que le dije que fuese sin mi. Eramos aún unos críos, ella, tan guapa como siempre y yo, también como siempre, posando de vaqueros, con una camiseta de W.A.S.P. y con la cartera amarrada con una cadena cromada al pantalón. Una de las últimas fotos era de la cena de navidad de la empresa, salíamos Alba, Laura, Ricardo y yo. El otro álbum era el de nuestra boda, había una foto que me gustaba especialmente. Rebeca estaba sentada en una lujosa butaca, mirándome a los ojos, mientras yo estaba de pie, a su lado observándola. El tercer y último álbum que cogí era el de nuestra hija. Desde su llegada a casa, su bautizo y una que Carmen, excelente fotógrafo para ser amateur, nos sacó. Salíamos los tres con la niña, sonriendo, pero todo el protagonismo de la foto se lo llevaba la pequeña Alba. Tras ojear los álbumes decidí consultar el e-mail. Acababa de recibir uno de Alba sénior, era la foto que nos habían sacado en la playa con los Koenigsegg. Aquellos coches lucían espectaculares, mientras el fondo de la foto parecía competir en belleza y espectacularidad con aquellas obras de arte suecas. Cambié mi idea sobre las cosas diseñadas allí. El diseño de los Volvo siempre me pareció un poco de "viejunos", los muebles de IKEA nunca me gustaron, al igual que el vodka Absolut. Sin embargo aquellos coches me encantaban. Tras contestarle el correo agradeciendo el envío de las fotos, me fui a dormir, al llegar al dormitorio, las luces estaban apagadas, Rebeca dormía, alumbrándome con la luz del móvil me metí en la cama con cuidado de no despertarla.
A la mañana siguiente, el pitido del despertador volvió a obligarme a despertarme para apagarlo. Al menos era viernes y sabiendo que el fin de semana estaba próximo, eso me animaba bastante. Ese día decidí ir a trabajar en el Shelby. Al arrancarlo, despertando a medio vecindario, me sentía aún más animado, el rugido de aquellos pistones subiendo y bajando armónicamente, acompañado del silbido de los carburadores me daba energías suficientes como para afrontar tres días sin dormir. 
Al llegar a trabajar, vi como metían en la nave número siete un Shelby GT500 actual, azul con bandas blancas, como el mío. Parecía que uno de los nietos había venido a saludar al abuelete. Al entrar en la oficina, Carlota, mi secretaria, me alcanzó una carpeta con el plan de trabajo para el día. Al cabo de varias horas, llamaron a la puerta, era Carlota.
- Juan, está aquí Alba, ¿la hago entrar?
- Sí, por favor.
Ella se giró y le dijo a Alba que entrase. Venía a buscarme para tomar un descanso. Yendo por el pasillo, nos encontramos con el conserje, que venía con dos cajas en las manos. Nos dijo que eran para nosotros. Entramos en mi despacho a abrir las cajas, venían de Koenigsegg, tanto a Alba como a mí nos regalaban un polo negro con el logo de la empresa bordado, una maqueta de un Agera R. A mí también me obsequiaron con unos gemelos, mientras que para ella eran unos pendientes. A ambos nos dedicaba Christian von Koenigsegg una carta de agradecimiento por todo nuestro trabajo a favor de su empresa.
Una vez comprobados nuestros regalos, nuestro descanso nos llevó a dar una vuelta por la nave número siete. De la otra vez, mi éxtasis me impedía ver la grandiosidad de aquella colección de coches que aguardaban su embarque y llegada a casa de sus ilusionados nuevos propietarios. Ahora, más calmado, pude observar la belleza de aquellos vehículos. En aquel momento ni la mujer mas bella del mundo susurrando sugerentemente mi nombre sería capaz de desviar mi atención de aquel Aston Martin DB4 Zagato.
Al volver a casa, recordé que mi amigo Iago y su novia venían a cenar a nuestra casa. Cuando llegué, el Scirocco de Iago ya estaba allí. Guardé el coche en el garaje y entré. Estaban todo en el salón, esperándome, me retrasé al parar en un supermercado a comprar un par de botellas de vino. La cena transcurrió tranquilamente, pero de pronto, Iago, que estaba sentado frente a la ventana, se levantó sobresaltado.
- Juan, creo que hay alguien merodeando por el jardín. 
- Bien, voy a por la escopeta, para asustarlo, tu sal por la puerta principal que yo voy por el garaje.
Mientras corría para coger la escopeta y abría la puerta del garaje, oía gritar a Iago.
- ¡No corras hijo de puta!
Llegué yo, empuñando la escopeta, vi a un tío corriendo, pero no le pude ver la cara.
- Corre Juan, se está subiendo a una pick-up, ¡vamos a seguirlo!
Me subí al coche de Iago y empezamos a seguir a aquella Mazda pick-up negra que se escapaba a toda velocidad calle abajo. En la radio sonaba una canción de un grupo nuevo, según el locutor, se llamaban Enforcer.

Iago consiguió pegarse lo suficiente a ella como para que yo pudiese disparar, pero no era cuestión de ponerse a montar un tiroteo en plan Hollywood. Iago intentó ponerse al par de la camioneta, para que pudiese apuntar a su conductor con el arma, a ver si se asustaba y así paraba, pero fue imposible, un volantazo del Mazda casi hace que nos comamos un quitamiedos por su culpa. 
- ¡Métele un tiro!
- Paso, no me interesa. Vamos a su casa o adónde pare, allí ya veremos lo que hago.
Íbamos a mucha velocidad, ya habíamos salido de la zona poblada. El conductor de Mazda estaba circulando por una ruta que se me hacía muy conocida. De pronto nos encontramos ante un paso a nivel sin barreras, sentíamos pitar aquel tren de mercancías, ya estaba allí, viniendo desde nuestra derecha, Iago echó el freno, pero el conductor del Mazda no. Cerré los ojos. Cuando vi el tren tan cerca, parecía el final mío y de Iago, pero no fue así. El sonido de un choque hizo que abriese los ojos, y al hacerlo, ví como el Mazda salía despedido por los aires, el tren lo había embestido de lleno. Aterrizó sobre el lado del conductor, y antes de pararse definitivamente dió numerosas vueltas de campana.
Iago y yo nos bajamos del coche y fuimos corriendo hacia el amasijo de hierros en que se había convertido la pick-up. A pesar del tremendo impacto, teníamos la esperanza de que su conductor estuviese vivo aunque gravemente herido. Estaba sobre el lado del conductor, al acercarnos allí, toda idea de supervivencia se esfumó, el antebrazo izquierdo del conductor salía del teórico hueco donde estaba la ventanilla, seguramente cercenado por el marco de la puerta, es decir había quedado atrapado entre el suelo y los restos del coche. Mientras Iago llamaba al 112, yo fui a mirar a la zona delantera, a través del hueco que había dejado el parabrisas, vi a su conductor y era conocido: Borja, el ex novio de Laura. Ahora sabía por qué se me hacía conocida aquella carretera, unos tres kilómetros después del paso a nivel, estaba su casa. Su cabeza estaba abierta, parte de los sesos asomaban por la frente. Lo raro fue que no vomité ante aquella escena, ese malnacido tenía lo que merecía. Por primera vez en mi vida, me alegraba de la muerte de una persona.
Volvimos a casa, Iago recogió a su novia y se fueron. Vi algo raro en la cara de Rebeca, tan pronto como oyó arrancar el coche de Iago, ella empezó a chillar.
- ¡Estás loco! ¿Quién te crees que eres, Clint Eastwood?
- Si hice esto fue para protegeros, o quieres que un día aparezcamos todos muertos...
- Cállate, ¡por favor! No te conozco, ¿Dónde está el hombre del que me enamoré? 
Su labio inferior empezó a temblar y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
- Aquí, soy yo.
- No, tu eres un asesino, te has convertido en un matón... El Juan que yo conocía no era violento.
- Rebeca, por favor, escúchame. Ese tío era el ex de Laura, se lo ha llevado un tren por delante, nosotros no tuvimos nada que ver. 
- ¿Qué?
- Sí, atravesó el paso a nivel cuando venía el tren, lo arrolló, murió en el acto.
- Fue un accidente, pero tu ya no eres el mismo, ven conmigo, quiero decirte algo muy importante.
Ella me cogió de la mano y me hizo subir al dormitorio de nuestra hija. Allí, me señaló la cuna, la niña dormía tranquilamente. Empezó a hablar en voz baja, con voz temblorosa.
- Juan, si aún nos quieres, júrame por ella que no volverás a empuñar esa escopeta. Si no, cojo la puerta, a ella y nunca más nos volverás ver. ¿Qué decides? O tu venganza o tu familia.
- Te lo juro, no volveré a cogerla, la dejo en el garaje y listo. No volveré a ser así. Todo este asunto me está volviendo loco.
Entonces ella se acercó a mí y me abrazó. Estaba mucho más tranquila.
- Vale, dios, no sabes como me come por dentro todo esto. Por favor, no andes por ahí pegando tiros a lo John Wayne. Te entiendo, pero la solución no es salir con las armas en ristre por la calle.
- No te preocupes, no volverá a suceder. Tranquila.
Tras el abrazo, nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente al ojear el periódico la noticia de la portada era clara: un fugado de la prisión había sido arrollado por un mercancías. La noticia recogía en varias páginas del diario la historia de Borja, desde la comisión del delito, hasta su violenta muerte, pasando por el episodio de aparecer encadenado en los juzgados. La policía encontró entre los restos del coche un arma de fuego, en concreto una pistola "Tokarev". A saber con que intención había venido a nuestra casa.
Pero antes de salir al trabajo, una nueva nota estaba esperando su turno para acelerar mi pulso:

Has vuelto a fallar. Tu destino está escrito. Tu has llevado a tu familia a la muerte.

En ese momento me arrepentí de la promesa que le hice a Rebeca, sólo tenía ganas de coger la escopeta y matar al desgraciado que me estaba amenazando.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Capítulo 19: El asunto Koenigsegg

Seguía devanándome los sesos pensando en quien me estaba amenazando. Mis sospechas iban cada vez cercando más y más a una persona. El ex novio de Laura no era, estaba en la cárcel, al igual que el jefe de Recursos Humanos. De todas formas seguía leyendo el diario de Laura, como si fuese un libro lleno de revelaciones, buscaba la respuesta a mis problemas desesperadamente en sus hojas. Llegué a un pasaje que hizo hervir mis entrañas:

...No pude evitar llorar al llegar a casa. Ese cerdo hoy se cebó conmigo. Nada más llegar a casa me duché, lo necesitaba, nunca me he sentido tan sucia como hoy. Mientras me duchaba me apoyé en la pared, fui resbalando poco a poco por los azulejos, sentía como sus bordes arañaban mi espalda, no me dolía, sólo quería llorar. Cuando salí de la ducha cogí una maquinilla de depilación de mi prima, la desmonté, miré mi muñeca izquierda, quise que el borde de la cuchilla desgarrase mi piel y cortase mis venas, no quiero seguir viviendo así. Algo me hizo parar, esta vez no sería mi fin, pero no falta mucho para ello...

Leer aquello hizo que recordase mi intento de suicidio, es terrible llegar a una situación así, te ves tan desesperado que no encuentras otra salida. Mi situación era radicalmente distinta a la de Laura, lo mío era una tontería si lo comparo con el tormento diario que ella sufría. Pobre, apenas la conocía, pero ahora sentía un aprecio por ella muy grande, ella murió por mí, intentando ayudarme. Sólo quería que descansase en paz allá donde estuviese. 
Esa noche volví a soñar con ella, estaba en el salón de nuestra casa, con un vestido azul que llevó a la cena de navidad, aunque sonreía, la vi demacrada.
- Hola Juan, ¿cómo estás?
- Laura, gracias por todo, perdóname, he sido un cerdo contigo.
- No, tu fuiste la primera persona de la empresa que me creyó, te arriesgaste a acabar entre rejas para ayudarme, te quise devolver el favor y me mataron.
- ¡Cuánto has sufrido! Yo...
- Mucho sí, he tenido que sonreír cuando sólo tenía ganas de vomitar, he llorado mucho en silencio, creía que nadie me quería. Y de pronto llegaste tu - entonces empezó a sonreír dulcemente-, eras diferente, tu me cuidabas, me mostrabas tanto cariño que hasta me enamoré de ti. Después conocí a Rebeca, llegué a escribir una carta en la que te decía que iba a esperarte si la dejabas, que te amaría por siempre, hasta que conocí a Borja, mi ex. Parecía un ángel, pero del Infierno, era la maldad personificada.
- Laura, yo... no sabía nada, perdóname
- Nada hay que perdonarte, siempre te consideré mi mejor amigo, aunque nuestra relación no fuese tan estrecha... hasta llegaron a decir que estábamos liados ¿sabes? jaja. Bueno, tienes una familia de la que cuidar, un nuevo puesto de trabajo y unas amistades que te quieren. Cuídalos, ellos cuidan de ti.
Tras decir eso se acercó a mí, me abrazó y me dio un beso. Sonreía, ya no estaba tan demacrada como al principio. Se fue andando por la puerta principal. Me desperté sin la sensación de angustia de costumbre, estaba muy tranquilo, supongo que soñaba con ella porque quería saber que ella me perdonaba, sabiendo que cuando le arrebataron la vida, ella no me odiaba.
El lunes tocó hacer un viaje a Santiago de Compostela, la reunión con los de Koenigsegg. Habíamos quedado en el Hotel Araguaney, muy céntrico. En mi época de estudiante frecuenté mucho una discoteca que había justo enfrente del hotel. Al pasar por allí no pude evitar recordar cuantas noches de jueves pasaba en aquella calle, a veces en estado un tanto deplorable. Entramos al hotel, mi padre y Alba me acompañaban. En la cafetería vimos un grupo de gente alrededor de una mesa, un hombre, con el pelo afeitado se levantó y se acercó a nosotros, saludó con efusión a mi padre, enseguida lo identifiqué, había visto su cara en montones de revistas, era Christian Von Koenigsegg, que nos invitó a sentarnos en su mesa tras presentarse.
De la conversación que mantuvimos y que me tradujo Alba, el caso que tenían pendiente en España era el de un distribuidor que vendió un coche a un famoso futbolista, el cual había sido declarado persona non grata por la fábrica y se había dado orden a todos los distribuidores de no venderle un coche a ese jugador bajo ningún concepto. El distribuidor español hizo caso omiso y le vendió uno. Lo que los suecos querían era retirar la licencia de distribución a la empresa española, ya que no consideraban necesario romper la compra-venta del coche, simplemente intentarían negociar comprarle el coche al jugador, cosa que consiguieron. De entrada les dije que el caso estaba ganado, no parecía ser muy complicado probar el incumplimiento por parte del distribuidor español, incumplimiento de una orden directa como una casa. Tenía un plazo de un mes para contestar la demanda, les dije que esa misma tarde la haría, de hecho hasta les expliqué que era lo que iba a poner en ella.
Christian me contó el gran trabajo que hacía la empresa de mi padre para él, y que como a mí me encantaban los coches, aceptaría el caso con gran placer. Me comentó cuales serían mis honorarios, le dije que de eso ya hablaríamos cuando acabase el juicio. De pronto sacó su chequera del bolsillo interior de la americana y extendió un cheque a nombre de Alba y otro al mío. Tras eso me dijo que según la costumbre española, la minuta de un abogado era del diez por ciento del valor del objeto litigioso. Él estaba dispuesto a pagarme hasta !el veinticinco por ciento del valor de un Agera R! Impresionante, vi enseguida que para él, este asunto era muy importante, no quería que la imagen de su marca se viese ensombrecida de ninguna manera. Al despedirme de él le prometí que haría mi trabajo de la manera más profesional posible.
Al llegar a casa comí con suma rapidez y apenas pasé una hora con mi hija, me encerré en la sala que usábamos tanto Rebeca como yo a modo de estudio y empecé a redactar la contestación a la demanda. Me llevó un buen rato, ya que tuve que consultar leyes y jurisprudencia variada. Tenía el caso ganado. 
El tiempo fue pasando, viendo con asombro como mi hija crecía cada día más y como mi esposa iba perdiendo el miedo a que estuviera defendiendo a un gángster ruso. Ella no sabía que Koenigsegg era el dueño de una fábrica de ultradeportivos, creía que era un mafioso ruso. Así llegó el día de la vista oral. Comprobé como von Koenigsegg, Alba y mi padre estaban en los bancos reservados a la audiencia pública. El juicio empezó, empecé a rebatir todos los argumentos que la abogada de la distribuidora exponía. Era una mujer muy agresiva, pero fui quien de vencerla, sus argumentos eran insostenibles, tanto que ella misma llegó a contradecirse. Quedó visto para sentencia. El gesto de mi padre no podía ser más claro, la victoria era nuestra. Un mes después llegó la sentencia, que era irrecurrible, Koenigsegg tenía razón, se condenó a la distribuidora a pagar la cantidad que el fabricante tuvo que abonar al futbolista por el coche. Al día siguiente firmé mi contrato como asesor jurídico de la empresa de mi padre, el Consejo de Administración se mostraba muy contento con mi forma de actuar, según ellos, yo tenía estilo.
Unos días después mi padre entró en mi despacho al poco rato de haber llegado allí, traía una carta en la mano. Era de Koenigsegg, me agradecía mi trabajo y me enviaba un cheque con mis honorarios, la cifra más ridículamente alta que mis ojos habían visto. 
Mi padre me miraba con una sonrisa sospechosa.
- Christian ha dejado algo para vosotros, vamos a buscar a Alba y os lo enseño.
Tras llamar a Alba, mi padre nos condujo a la explanada donde habitualmente cargan los camiones. Allí, en el centro de la misma, me pareció ver un espejismo: no uno, si no dos Koenigsegg Agera R nos estaban esperando. 

Ambos tenían las carrocerías en fibra de carbono vista y matrículas suecas. Era impresionante, parecían dos aviones espía. Tanto Alba como yo estábamos alucinando ante aquellas brutales y carísimas criaturas artesanales hechas en la fría Suecia.
- Joooder -dijo Alba-. Menudo coche... ¿Cuántos caballos tendrá?
- 1156 caballos, V8 biturbo, más de 420 Km/h, de cero a 100 en menos de tres segundos, esto se come a un Veyron con patatas... uff, menuda maravilla...
- ¿Cuánto vale?
- Un millón doscientos mil euros, antes de impuestos -afirmó mi padre-. Venga dejad de babear y cogerlos, los han cedido para unas pruebas de una revista y Christian quiere agradeceros vuestro trabajo prestándoos los coches por hoy, tomaos el día libre e id dar unas vueltas con ellos, a la noche traedlos de vuelta a la nave número siete, espero que los cuidéis bien.
Nos dio las llaves y enseguida me puse a admirar de cerca a aquella bestia. Era intimidante, parecía un avión, no dejaba de posar mi mirada en cada milímetro del coche, el motor se veía parcialmente a través de una pantalla de  cristal que tenía gravado al fantasma-mascota de la fuerza aérea sueca. Alba también miraba al coche con una mezcla de emoción y desconfianza, accionó el mecanismo de apertura de las puertas, en élitro, algo antes que yo. El interior era espacioso, pero me pareció algo soso para un coche de más de un millón de euros. Alba chasqueó los dedos para llamarme, ya se había apostado a los mandos del coche.
- Bueno ¿qué? vamos a pasar así todo el día o vas a subirte y dar una vuelta.
- Voy ahora, dame un minuto.
Me apresuré a sacarme la americana, la posé en el asiento del acompañante, me remangué la camisa y puse en marcha aquella mecánica tras cerrar las puertas. Aquel sonido era incluso más provocador que el de mi Shelby, más grave, aunque con menos encanto al no tener el silbido de los carburadores aspirando aire para alimentar a los cilindros. Ella también puso en marcha su coche, por su cara de sorpresa deduje que el sonido de la bestia sueca era algo más impactante que el de su BMW. Ella me hizo un gesto de que iba a salir, contesté un "ladies first" que ella no pudo oír, frase que acompañé con un gesto de mi mano que confirmaba su intención. 
Muy despacio encaramos la salida de la empresa, sorteamos la valla de seguridad y emprendimos ruta a la carretera. Encendí la radio del coche, una Alpine de última generación con pantalla táctil, por segunda vez volví a sentir que estaba en un coche más barato de lo que en realidad era, claro que enseguida recordé la cifra de potencia que entregaba ese propulsor V8 biturbo y la sensación de llevar un utilitario tuneado pronto desapareció. Por la radio empezó a sonar una canción que hizo que recordase inmediatamente su videoclip, "Cosmic girl" de Jamiroquai. No era mi canción preferida, pero a los mandos del coche que iba, me sentía dentro de aquel videoclip.
Empezamos a conducir a ritmo algo más alto que de paseo por una carretera que iba bordeando la costa, el sol aun caía de forma suave, bajo, pero sin llegar a ser molesto, rodábamos casi jugando al gato y al ratón, sin intentar adelantarnos entre nosotros, aunque íbamos adelantando a todo coche que osaba interponerse entre nosotros. Casi no era necesario reducir una marcha para hacerlo, bastaba con pisar un poco el acelerador y ya estaba listo. Vi como Alba ponía el intermitente en uno de los miradores que había con vistas hacia la playa, había hueco suficiente para que ambos coches diesen allí la vuelta y sus morros enfilasen la carretera que segundos antes habían abandonado. Allí había unos empleados del Ayuntamiento, colocando un nuevo banco en el paseo marítimo. Alba se acercó a ellos mientras sacaba de su bolso un objeto rectangular que deduje sería una cámara de fotos, mientras hablaba con ellos señalaba el lugar donde estaban los Koenigsegg. Uno de los empleados venía con la cámara en la mano, Alba se le había adelantado, dijo que quería sacar una foto de recuerdo. Ambos posamos sonrientes al lado de aquellos bólidos nórdicos que habíamos visto en revistas y soñado con poder verlos por la calle. El empleado le devolvió la cámara y ella se apresuró a ver cómo había quedado la foto. 
- ¡Qué bonita! Mira que bien queda, los coches, la playa de fondo, el sol, salió muy bien. ¡Uy, qué serio sales Juan!
- Ya ves, impresionantes estos coches, ¿verdad?
- Ya te digo, acelera que es una pasada. ¿Dónde vamos ahora?
- Rebeca hoy come en la facultad, vamos hacia el campus a saludarla, va a flipar cuando nos vea.
Nos subimos y pusimos rumbo al centro, hacia el campus. La gente se quedaba perpleja viendo nuestros coches. Enseguida llegamos a su facultad, la llamé y le dije que saliera un segundo a la puerta. Al vernos con aquellos majestuosos coches alucinó.
- Dios mío, que es eso.
- Son dos Koenigsegg Agera R, ¿no te gustan? Nos los prestaron
- No mucho, por su pinta parecen rápidos, y muy caros.
- Más de un millón doscientos mil euros y más de 400 por hora -apuntó Alba-.
- Estáis locos, en fin, menos mal que vine en mi coche, que en eso no me subo por nada del mundo, andad con ojo de que no los rayen.
Tras decir eso se despidió y volvió a su despacho. Nosotros decidimos ir a comer, con las bromas, llevábamos horas conduciendo aquellos coches. Le dije a Alba de ir a un sitio que conocía bien. Tenía que celebrar la victoria en el juicio. Fui delante todo el trayecto, ella me iba siguiendo. Aquel restaurante tenía muy buena fama, de hecho su cocinero había llevado muchos premios. Al aparcar delante de aquel moderno edificio de diseño, Alba me dijo:
- ¿Vamos a comer aquí? Estás loco, esto se pasa de la raya...
- Por una vez vamos a portarnos como jeques árabes. Con estos coches entraremos en cualquier sitio, aparte, te invito yo. Hoy a la noche volveré con Rebeca. Vamos a celebrar que los suecos nos han pagado una pasta gansa.
Entramos en aquel sitio, tras las miles de reverencias y buenos modales dispensados por el maitre, empezamos a comer. La verdad por el precio del cubierto podían poner unas tajadas más abundantes, pero un día es un día, y no era plan de ponerse con miramientos.
Tras acabar de comer y rechazar un puro, salimos a por las bestias pardas suecas. En ese momento ella me miró con una sonrisa amenazante.
- Ahora vamos por la autopista, a ver quien llega antes a la playa, allí hay una heladería fantástica, me apetece uno ahora, ¡el que pierda invita!
Encendimos nuestros coches y pusimos rumbo hacia la entrada de la autopista. La carrera empezaría tras cruzar la valla de acceso a la misma. Ella iba delante, la valla se levantó y salió disparada. Unos segundos después yo hice lo mismo, y le di caza, había levantado algo el pie para esperarme. Por la radio empezó a sonar una canción muy adecuada para la ocasión "Misirlou" de Dick Dale, la canción de la película "Pulp Fiction".
Enseguida me puse detrás de ella, empecé el adelantamiento y me puse a su par, ella me miró, le hice un gesto de ir hacia adelante y hundí el pie en el acelerador. Iba esquivando coches, estirando las marchas. Aquel motor era inagotable, cada vez que cambiaba de marchas salía una llamarada por el escape. Alba conducía también muy rápido, siguiendo mi estela, veía malamente su coche desde el retrovisor, y de lo poco que pude observar vi su cara de concentración absoluta al volante. Aquello era de otro planeta, en ocasiones llegamos a alcanzar unas velocidades que serían capaces de dejar a un radar en ridículo. Casi seguro que si nos trincaban, al saltar el radar, nosotros no hubiésemos salido en la foto. Lo más impresionante fue cuando adelantamos a un camión, yo por la izquierda, ella por la derecha, la cara del camionero ante aquellas dos balas oscuras que lo adelantaban a la velocidad del rayo tuvo que ser de órdago. Enseguida llegamos a la playa, nuestros coches se convirtieron en el centro de atención de la gente que estaba tomando algo en las terrazas. Alba llegó detrás de mi, muy pegada.
- Bueno, para mi uno de vainilla, por favor.
- Vale, uff como corren estos bichos, si llego a tener más espacio te paso ahora, pero bueno, llegué segunda y te debo un helado jajaja.
- Lo has hecho muy bien, no debiste haber esperado por mí jajaja.
Cogimos nuestros helados y apoyados sobre una barandilla de madera comentamos nuestras impresiones sobre los coches. Hablando de ellos echamos un buen rato, hasta que decidimos ir a llevarlos a la nave número siete.
Al llegar a la empresa, mi padre nos estaba esperando, nos preguntó sobre los coches y nos abrió las puertas de la nave. En ese momento vi el paraíso. Un montón de deportivos custodiados con todo el mimo esperaban su turno para ser metido en unos contenedores especiales rumbo a sus destinos. La mayoría llevaban un papel en el interior que ponía "USA", un par de ellos "Dubai", alguno "UK" y uno "Japan". Había de todo: Shelby GT500, Ferrari varios, modernos y clásicos, Porsche varios también, incluyendo un precioso 959 gris, dos Mclaren Mp4-12c coupé y cabrio, un Mclaren F1, Koenigsegg CCXR Trevita y Agera, un Lamborghini Aventador y un Pagani Huayra. Pero de entre ellos, uno llamó mi atención, corrí hasta que llegué a su lado, era un Pagani, un Zonda, pero no un Zonda normal, era un R, exactamente la misma unidad que batió el récord del Nordschleife, iba a una exhibición en Estados Unidos. A medida que las luces se encendían escalonadamente pude ver más maravillas: un Ferrari F40, un Countach 25 aniversario, un Ferrari Daytona, un Cizeta Moroder, un Lotus Esprit Turbo. Pero entre todos ellos, sólo dos estaban cubiertos con una lona. Encima de ella un cartel ponía "Handle with care. Extra fragile". Con sumo cuidado los destapé, no podía ser, allí, reposaban en una plataforma especial, un Ferrari 250 GTO y un Lamborghini Miura SV. Mi padre me dijo que eran de un coleccionista americano, que iban a llevarlos de vuelta a su colección tras ser restaurados en Italia.
Tras observar aquellas joyas, metimos los Koenigsegg en la nave, les pusimos un cartel que ponía "Sweden" y cerramos las puertas de la nave. Cogí mi aburrido, en comparación con el Agera R, GT-R, llegué a casa e invité a mi esposa a cenar en el restaurante al que había ido a comer, con nuestra hija. Ella cada vez dormía más noches del tirón, además aún era una hora prudente y podíamos volver pronto a casa. Aquel día, junto con el de mi boda, el nacimiento de mi hija y las tandas en el Nordschleife, sería de los mejores de mi vida.