miércoles, 13 de febrero de 2013

Capítulo 19: El asunto Koenigsegg

Seguía devanándome los sesos pensando en quien me estaba amenazando. Mis sospechas iban cada vez cercando más y más a una persona. El ex novio de Laura no era, estaba en la cárcel, al igual que el jefe de Recursos Humanos. De todas formas seguía leyendo el diario de Laura, como si fuese un libro lleno de revelaciones, buscaba la respuesta a mis problemas desesperadamente en sus hojas. Llegué a un pasaje que hizo hervir mis entrañas:

...No pude evitar llorar al llegar a casa. Ese cerdo hoy se cebó conmigo. Nada más llegar a casa me duché, lo necesitaba, nunca me he sentido tan sucia como hoy. Mientras me duchaba me apoyé en la pared, fui resbalando poco a poco por los azulejos, sentía como sus bordes arañaban mi espalda, no me dolía, sólo quería llorar. Cuando salí de la ducha cogí una maquinilla de depilación de mi prima, la desmonté, miré mi muñeca izquierda, quise que el borde de la cuchilla desgarrase mi piel y cortase mis venas, no quiero seguir viviendo así. Algo me hizo parar, esta vez no sería mi fin, pero no falta mucho para ello...

Leer aquello hizo que recordase mi intento de suicidio, es terrible llegar a una situación así, te ves tan desesperado que no encuentras otra salida. Mi situación era radicalmente distinta a la de Laura, lo mío era una tontería si lo comparo con el tormento diario que ella sufría. Pobre, apenas la conocía, pero ahora sentía un aprecio por ella muy grande, ella murió por mí, intentando ayudarme. Sólo quería que descansase en paz allá donde estuviese. 
Esa noche volví a soñar con ella, estaba en el salón de nuestra casa, con un vestido azul que llevó a la cena de navidad, aunque sonreía, la vi demacrada.
- Hola Juan, ¿cómo estás?
- Laura, gracias por todo, perdóname, he sido un cerdo contigo.
- No, tu fuiste la primera persona de la empresa que me creyó, te arriesgaste a acabar entre rejas para ayudarme, te quise devolver el favor y me mataron.
- ¡Cuánto has sufrido! Yo...
- Mucho sí, he tenido que sonreír cuando sólo tenía ganas de vomitar, he llorado mucho en silencio, creía que nadie me quería. Y de pronto llegaste tu - entonces empezó a sonreír dulcemente-, eras diferente, tu me cuidabas, me mostrabas tanto cariño que hasta me enamoré de ti. Después conocí a Rebeca, llegué a escribir una carta en la que te decía que iba a esperarte si la dejabas, que te amaría por siempre, hasta que conocí a Borja, mi ex. Parecía un ángel, pero del Infierno, era la maldad personificada.
- Laura, yo... no sabía nada, perdóname
- Nada hay que perdonarte, siempre te consideré mi mejor amigo, aunque nuestra relación no fuese tan estrecha... hasta llegaron a decir que estábamos liados ¿sabes? jaja. Bueno, tienes una familia de la que cuidar, un nuevo puesto de trabajo y unas amistades que te quieren. Cuídalos, ellos cuidan de ti.
Tras decir eso se acercó a mí, me abrazó y me dio un beso. Sonreía, ya no estaba tan demacrada como al principio. Se fue andando por la puerta principal. Me desperté sin la sensación de angustia de costumbre, estaba muy tranquilo, supongo que soñaba con ella porque quería saber que ella me perdonaba, sabiendo que cuando le arrebataron la vida, ella no me odiaba.
El lunes tocó hacer un viaje a Santiago de Compostela, la reunión con los de Koenigsegg. Habíamos quedado en el Hotel Araguaney, muy céntrico. En mi época de estudiante frecuenté mucho una discoteca que había justo enfrente del hotel. Al pasar por allí no pude evitar recordar cuantas noches de jueves pasaba en aquella calle, a veces en estado un tanto deplorable. Entramos al hotel, mi padre y Alba me acompañaban. En la cafetería vimos un grupo de gente alrededor de una mesa, un hombre, con el pelo afeitado se levantó y se acercó a nosotros, saludó con efusión a mi padre, enseguida lo identifiqué, había visto su cara en montones de revistas, era Christian Von Koenigsegg, que nos invitó a sentarnos en su mesa tras presentarse.
De la conversación que mantuvimos y que me tradujo Alba, el caso que tenían pendiente en España era el de un distribuidor que vendió un coche a un famoso futbolista, el cual había sido declarado persona non grata por la fábrica y se había dado orden a todos los distribuidores de no venderle un coche a ese jugador bajo ningún concepto. El distribuidor español hizo caso omiso y le vendió uno. Lo que los suecos querían era retirar la licencia de distribución a la empresa española, ya que no consideraban necesario romper la compra-venta del coche, simplemente intentarían negociar comprarle el coche al jugador, cosa que consiguieron. De entrada les dije que el caso estaba ganado, no parecía ser muy complicado probar el incumplimiento por parte del distribuidor español, incumplimiento de una orden directa como una casa. Tenía un plazo de un mes para contestar la demanda, les dije que esa misma tarde la haría, de hecho hasta les expliqué que era lo que iba a poner en ella.
Christian me contó el gran trabajo que hacía la empresa de mi padre para él, y que como a mí me encantaban los coches, aceptaría el caso con gran placer. Me comentó cuales serían mis honorarios, le dije que de eso ya hablaríamos cuando acabase el juicio. De pronto sacó su chequera del bolsillo interior de la americana y extendió un cheque a nombre de Alba y otro al mío. Tras eso me dijo que según la costumbre española, la minuta de un abogado era del diez por ciento del valor del objeto litigioso. Él estaba dispuesto a pagarme hasta !el veinticinco por ciento del valor de un Agera R! Impresionante, vi enseguida que para él, este asunto era muy importante, no quería que la imagen de su marca se viese ensombrecida de ninguna manera. Al despedirme de él le prometí que haría mi trabajo de la manera más profesional posible.
Al llegar a casa comí con suma rapidez y apenas pasé una hora con mi hija, me encerré en la sala que usábamos tanto Rebeca como yo a modo de estudio y empecé a redactar la contestación a la demanda. Me llevó un buen rato, ya que tuve que consultar leyes y jurisprudencia variada. Tenía el caso ganado. 
El tiempo fue pasando, viendo con asombro como mi hija crecía cada día más y como mi esposa iba perdiendo el miedo a que estuviera defendiendo a un gángster ruso. Ella no sabía que Koenigsegg era el dueño de una fábrica de ultradeportivos, creía que era un mafioso ruso. Así llegó el día de la vista oral. Comprobé como von Koenigsegg, Alba y mi padre estaban en los bancos reservados a la audiencia pública. El juicio empezó, empecé a rebatir todos los argumentos que la abogada de la distribuidora exponía. Era una mujer muy agresiva, pero fui quien de vencerla, sus argumentos eran insostenibles, tanto que ella misma llegó a contradecirse. Quedó visto para sentencia. El gesto de mi padre no podía ser más claro, la victoria era nuestra. Un mes después llegó la sentencia, que era irrecurrible, Koenigsegg tenía razón, se condenó a la distribuidora a pagar la cantidad que el fabricante tuvo que abonar al futbolista por el coche. Al día siguiente firmé mi contrato como asesor jurídico de la empresa de mi padre, el Consejo de Administración se mostraba muy contento con mi forma de actuar, según ellos, yo tenía estilo.
Unos días después mi padre entró en mi despacho al poco rato de haber llegado allí, traía una carta en la mano. Era de Koenigsegg, me agradecía mi trabajo y me enviaba un cheque con mis honorarios, la cifra más ridículamente alta que mis ojos habían visto. 
Mi padre me miraba con una sonrisa sospechosa.
- Christian ha dejado algo para vosotros, vamos a buscar a Alba y os lo enseño.
Tras llamar a Alba, mi padre nos condujo a la explanada donde habitualmente cargan los camiones. Allí, en el centro de la misma, me pareció ver un espejismo: no uno, si no dos Koenigsegg Agera R nos estaban esperando. 

Ambos tenían las carrocerías en fibra de carbono vista y matrículas suecas. Era impresionante, parecían dos aviones espía. Tanto Alba como yo estábamos alucinando ante aquellas brutales y carísimas criaturas artesanales hechas en la fría Suecia.
- Joooder -dijo Alba-. Menudo coche... ¿Cuántos caballos tendrá?
- 1156 caballos, V8 biturbo, más de 420 Km/h, de cero a 100 en menos de tres segundos, esto se come a un Veyron con patatas... uff, menuda maravilla...
- ¿Cuánto vale?
- Un millón doscientos mil euros, antes de impuestos -afirmó mi padre-. Venga dejad de babear y cogerlos, los han cedido para unas pruebas de una revista y Christian quiere agradeceros vuestro trabajo prestándoos los coches por hoy, tomaos el día libre e id dar unas vueltas con ellos, a la noche traedlos de vuelta a la nave número siete, espero que los cuidéis bien.
Nos dio las llaves y enseguida me puse a admirar de cerca a aquella bestia. Era intimidante, parecía un avión, no dejaba de posar mi mirada en cada milímetro del coche, el motor se veía parcialmente a través de una pantalla de  cristal que tenía gravado al fantasma-mascota de la fuerza aérea sueca. Alba también miraba al coche con una mezcla de emoción y desconfianza, accionó el mecanismo de apertura de las puertas, en élitro, algo antes que yo. El interior era espacioso, pero me pareció algo soso para un coche de más de un millón de euros. Alba chasqueó los dedos para llamarme, ya se había apostado a los mandos del coche.
- Bueno ¿qué? vamos a pasar así todo el día o vas a subirte y dar una vuelta.
- Voy ahora, dame un minuto.
Me apresuré a sacarme la americana, la posé en el asiento del acompañante, me remangué la camisa y puse en marcha aquella mecánica tras cerrar las puertas. Aquel sonido era incluso más provocador que el de mi Shelby, más grave, aunque con menos encanto al no tener el silbido de los carburadores aspirando aire para alimentar a los cilindros. Ella también puso en marcha su coche, por su cara de sorpresa deduje que el sonido de la bestia sueca era algo más impactante que el de su BMW. Ella me hizo un gesto de que iba a salir, contesté un "ladies first" que ella no pudo oír, frase que acompañé con un gesto de mi mano que confirmaba su intención. 
Muy despacio encaramos la salida de la empresa, sorteamos la valla de seguridad y emprendimos ruta a la carretera. Encendí la radio del coche, una Alpine de última generación con pantalla táctil, por segunda vez volví a sentir que estaba en un coche más barato de lo que en realidad era, claro que enseguida recordé la cifra de potencia que entregaba ese propulsor V8 biturbo y la sensación de llevar un utilitario tuneado pronto desapareció. Por la radio empezó a sonar una canción que hizo que recordase inmediatamente su videoclip, "Cosmic girl" de Jamiroquai. No era mi canción preferida, pero a los mandos del coche que iba, me sentía dentro de aquel videoclip.
Empezamos a conducir a ritmo algo más alto que de paseo por una carretera que iba bordeando la costa, el sol aun caía de forma suave, bajo, pero sin llegar a ser molesto, rodábamos casi jugando al gato y al ratón, sin intentar adelantarnos entre nosotros, aunque íbamos adelantando a todo coche que osaba interponerse entre nosotros. Casi no era necesario reducir una marcha para hacerlo, bastaba con pisar un poco el acelerador y ya estaba listo. Vi como Alba ponía el intermitente en uno de los miradores que había con vistas hacia la playa, había hueco suficiente para que ambos coches diesen allí la vuelta y sus morros enfilasen la carretera que segundos antes habían abandonado. Allí había unos empleados del Ayuntamiento, colocando un nuevo banco en el paseo marítimo. Alba se acercó a ellos mientras sacaba de su bolso un objeto rectangular que deduje sería una cámara de fotos, mientras hablaba con ellos señalaba el lugar donde estaban los Koenigsegg. Uno de los empleados venía con la cámara en la mano, Alba se le había adelantado, dijo que quería sacar una foto de recuerdo. Ambos posamos sonrientes al lado de aquellos bólidos nórdicos que habíamos visto en revistas y soñado con poder verlos por la calle. El empleado le devolvió la cámara y ella se apresuró a ver cómo había quedado la foto. 
- ¡Qué bonita! Mira que bien queda, los coches, la playa de fondo, el sol, salió muy bien. ¡Uy, qué serio sales Juan!
- Ya ves, impresionantes estos coches, ¿verdad?
- Ya te digo, acelera que es una pasada. ¿Dónde vamos ahora?
- Rebeca hoy come en la facultad, vamos hacia el campus a saludarla, va a flipar cuando nos vea.
Nos subimos y pusimos rumbo al centro, hacia el campus. La gente se quedaba perpleja viendo nuestros coches. Enseguida llegamos a su facultad, la llamé y le dije que saliera un segundo a la puerta. Al vernos con aquellos majestuosos coches alucinó.
- Dios mío, que es eso.
- Son dos Koenigsegg Agera R, ¿no te gustan? Nos los prestaron
- No mucho, por su pinta parecen rápidos, y muy caros.
- Más de un millón doscientos mil euros y más de 400 por hora -apuntó Alba-.
- Estáis locos, en fin, menos mal que vine en mi coche, que en eso no me subo por nada del mundo, andad con ojo de que no los rayen.
Tras decir eso se despidió y volvió a su despacho. Nosotros decidimos ir a comer, con las bromas, llevábamos horas conduciendo aquellos coches. Le dije a Alba de ir a un sitio que conocía bien. Tenía que celebrar la victoria en el juicio. Fui delante todo el trayecto, ella me iba siguiendo. Aquel restaurante tenía muy buena fama, de hecho su cocinero había llevado muchos premios. Al aparcar delante de aquel moderno edificio de diseño, Alba me dijo:
- ¿Vamos a comer aquí? Estás loco, esto se pasa de la raya...
- Por una vez vamos a portarnos como jeques árabes. Con estos coches entraremos en cualquier sitio, aparte, te invito yo. Hoy a la noche volveré con Rebeca. Vamos a celebrar que los suecos nos han pagado una pasta gansa.
Entramos en aquel sitio, tras las miles de reverencias y buenos modales dispensados por el maitre, empezamos a comer. La verdad por el precio del cubierto podían poner unas tajadas más abundantes, pero un día es un día, y no era plan de ponerse con miramientos.
Tras acabar de comer y rechazar un puro, salimos a por las bestias pardas suecas. En ese momento ella me miró con una sonrisa amenazante.
- Ahora vamos por la autopista, a ver quien llega antes a la playa, allí hay una heladería fantástica, me apetece uno ahora, ¡el que pierda invita!
Encendimos nuestros coches y pusimos rumbo hacia la entrada de la autopista. La carrera empezaría tras cruzar la valla de acceso a la misma. Ella iba delante, la valla se levantó y salió disparada. Unos segundos después yo hice lo mismo, y le di caza, había levantado algo el pie para esperarme. Por la radio empezó a sonar una canción muy adecuada para la ocasión "Misirlou" de Dick Dale, la canción de la película "Pulp Fiction".
Enseguida me puse detrás de ella, empecé el adelantamiento y me puse a su par, ella me miró, le hice un gesto de ir hacia adelante y hundí el pie en el acelerador. Iba esquivando coches, estirando las marchas. Aquel motor era inagotable, cada vez que cambiaba de marchas salía una llamarada por el escape. Alba conducía también muy rápido, siguiendo mi estela, veía malamente su coche desde el retrovisor, y de lo poco que pude observar vi su cara de concentración absoluta al volante. Aquello era de otro planeta, en ocasiones llegamos a alcanzar unas velocidades que serían capaces de dejar a un radar en ridículo. Casi seguro que si nos trincaban, al saltar el radar, nosotros no hubiésemos salido en la foto. Lo más impresionante fue cuando adelantamos a un camión, yo por la izquierda, ella por la derecha, la cara del camionero ante aquellas dos balas oscuras que lo adelantaban a la velocidad del rayo tuvo que ser de órdago. Enseguida llegamos a la playa, nuestros coches se convirtieron en el centro de atención de la gente que estaba tomando algo en las terrazas. Alba llegó detrás de mi, muy pegada.
- Bueno, para mi uno de vainilla, por favor.
- Vale, uff como corren estos bichos, si llego a tener más espacio te paso ahora, pero bueno, llegué segunda y te debo un helado jajaja.
- Lo has hecho muy bien, no debiste haber esperado por mí jajaja.
Cogimos nuestros helados y apoyados sobre una barandilla de madera comentamos nuestras impresiones sobre los coches. Hablando de ellos echamos un buen rato, hasta que decidimos ir a llevarlos a la nave número siete.
Al llegar a la empresa, mi padre nos estaba esperando, nos preguntó sobre los coches y nos abrió las puertas de la nave. En ese momento vi el paraíso. Un montón de deportivos custodiados con todo el mimo esperaban su turno para ser metido en unos contenedores especiales rumbo a sus destinos. La mayoría llevaban un papel en el interior que ponía "USA", un par de ellos "Dubai", alguno "UK" y uno "Japan". Había de todo: Shelby GT500, Ferrari varios, modernos y clásicos, Porsche varios también, incluyendo un precioso 959 gris, dos Mclaren Mp4-12c coupé y cabrio, un Mclaren F1, Koenigsegg CCXR Trevita y Agera, un Lamborghini Aventador y un Pagani Huayra. Pero de entre ellos, uno llamó mi atención, corrí hasta que llegué a su lado, era un Pagani, un Zonda, pero no un Zonda normal, era un R, exactamente la misma unidad que batió el récord del Nordschleife, iba a una exhibición en Estados Unidos. A medida que las luces se encendían escalonadamente pude ver más maravillas: un Ferrari F40, un Countach 25 aniversario, un Ferrari Daytona, un Cizeta Moroder, un Lotus Esprit Turbo. Pero entre todos ellos, sólo dos estaban cubiertos con una lona. Encima de ella un cartel ponía "Handle with care. Extra fragile". Con sumo cuidado los destapé, no podía ser, allí, reposaban en una plataforma especial, un Ferrari 250 GTO y un Lamborghini Miura SV. Mi padre me dijo que eran de un coleccionista americano, que iban a llevarlos de vuelta a su colección tras ser restaurados en Italia.
Tras observar aquellas joyas, metimos los Koenigsegg en la nave, les pusimos un cartel que ponía "Sweden" y cerramos las puertas de la nave. Cogí mi aburrido, en comparación con el Agera R, GT-R, llegué a casa e invité a mi esposa a cenar en el restaurante al que había ido a comer, con nuestra hija. Ella cada vez dormía más noches del tirón, además aún era una hora prudente y podíamos volver pronto a casa. Aquel día, junto con el de mi boda, el nacimiento de mi hija y las tandas en el Nordschleife, sería de los mejores de mi vida.

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