jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 11: Por siempre jamás

Tras mi vuelta de Alemania, lo único interesante que pasó en mi vida, fue el hecho de que Carmen -por fin- mandó a su novio, Javi, a tomar viento. Sin embargo, tras un conato de depresión, encontró el amor en brazos de mi compañero de trabajo Ricardo, al que ella definió como un hombre de verdad. Sólo deseaba que fuesen felices. Sobra decir que yo se lo presenté a ella.
El resto de mi vida, soportando las neurosis de Rebeca organizando la boda, es cierto que para una chica el día de su boda es de los más importantes de su vida, también para hombre, pero ella desarrolló una obsesión acerca de que todo tenía que salir perfecto. Que si las flores, que si el coche en que iba a llegar a la iglesia -algo que organicé yo- que si el vestido, que guardó con siete cerrojos y fue más secreto que la ubicación del Área 51. Lo único que me habían dicho al respecto es que iría preciosa, palabras textuales de Alba, que de pasó aprovechó para sacarse una foto con el anillo de compromiso de Rebeca.
Ella estaba ilusionada, mucho, y yo muy nervioso, sobre todo viendo como ella se volvía loca con detalles como la tarta y cosas así. Organizó una cena de "petición de mano". Ahí pasé miedo de verdad, su padre, general de la Armada, me odiaba. Durante mucho tiempo, sobre los primeros cuatro años de relación me miraba con una cara estilo "tú eres el desgraciado que se acuesta con mi niña", después, como la canción, no decía nada pero me miraba mal. Ahora me hablaba con normalidad. Su madre, siempre me trató muy bien. Mis padres siempre adoraron a Rebeca, aunque siempre le decían "menudo pieza te llevas...". Durante la cena, su padre me entregó, aparte de la mano de su hija, una pequeña caja. Contenía unos gemelos que habían pertenecido a su abuelo, de ahí pasaron a su padre, luego a mi futuro suegro, y cómo su primogénito fue una chica, yo ahora continuaría la tradición. Recogí el presente con gran honor. De pronto su padre empezó a dedicarme unas palabras.
- Hijo, al principio dudé de tí. Pero comprendí que estaba equivocado, veo claramente que amas a mi hija con toda tu alma, y que ella te ama a tí, sólo puedo pedir que seáis muy felices.
Poco después mis amigos celebraron una despedida de soltero un viernes, una cena. Después de los postres, entró una exhuberante agente de policía, preguntando algo que no alcancé a escuchar. Mi amigo Iago le dijo a gritos "es él agente, deténgalo, está loco, va a casarse". Empezó a sonar "Pour some sugar on me" de Def Leppard. La "agente" hizo un espectáculo que finalizó con la joven agente enseñándonos todos los encantos que la feminidad le había regalado. Lo más divertido fue, que ella, desnuda, sentada en mi regazo me preguntó cuando me casaba, al decirle que el domingo, me dio un beso en la mejilla y me deseó un: "que seáis muy felices". Hay que decir que mis amigos se comportaron muy bien, no hubo que atarlos en corto ni ponerles bozal. Supongo que las chicas también organizarían para Rebeca una fiesta similar.
Y así llegó el domingo. Dormí sólo en casa, ella quiso pasar la noche en casa de sus padres, allí irían a recogerla. Yo me levanté temprano, me pegué una larga ducha y desayuné, tenía que estar en la iglesia a las 12, serían las once, y para vestirme puse la radio, empezó a sonar "white wedding" de Billy Idol, no había una canción más propicia para ese día. Era un domingo muy soleado, de principios de verano. Acabé de vestirme, me puse los gemelos que me entregó mi suegro. Llegaron varias visitas rápidas para ver como me iba. Pronto llegaron mis padres a bordo del Lincoln Continental de 1979 de un amigo del Club de Coches americanos, era el regalo de bodas de los miembros del club. 
Llegamos puntuales a la iglesia, a su puerta pude distinguir a mis amigos, Carmen y Ricardo, Alba y Andrés, Iago y Thais, se acercaron a mí, y tras piropear lo elegantemente que iba vestido, estuvimos un rato hablando, Carmen y Alba me aseguraron que Rebeca "va a estar preciosa, ya verás". Tuve que esperar unos quince minutos, cuando de entre los coches aparcados, vi llegar el impresionante Rolls-Royce Silver Cloud blanco que había contratado para que mi chica llegase a la iglesia.
Me acerqué a aquel coloso británco y le abrí la puerta. Cogí su mano y la ayudé a bajar, enseguida, Carmen y Alba se acercaron para ayudarla con la cola del vestido. Le dí el que sería su ramo, un sencillo, pero bonito ramo de rosas blancas. Iba realmente preciosa, tenía una sonrisa especial, dicen que una mujer vestida de novia es cuando más hermosa está, en aquel momento lo estaba. Aquel vestido blanco era de diseño sencillo y muy elegante, la hacía aún más radiante, el velo dejaba entrever su cara, e iba sujetado con una tiara plateada, regalo de mis padres. Llevaba el pelo recogido de una manera muy favorecedora. Realmente era la novia más espectacular que había visto.
- Hola, ¡me encanta el coche! mi sueño era llegar a mi boda en un Rolls. Estás muy guapo...
- Nunca te he visto más guapa que hoy, pareces una princesa, y una princesa tan bella necesita un coche digno de su altura. Hoy tu eres la protagonista, hoy es tu día.
Y entramos a la iglesia, la ceremonia empezó, y el cura empezó a hablar, era el viejo párroco de mi parroquia, me conoce desde niño y era gran amigo de mi familia, aunque se pasó con un sermón de más de treinta minutos. Y llegó el momento de los votos, pocas veces me ha temblado la voz y lo hizo a la hora de pronunciar los míos, tomé aire, la miré a los ojos y pronuncié mientras deslizaba la alianza por su anular:
- Yo Juan, te tomo a tí, Rebeca, como mi legítima esposa y prometo serte fiel, amarte, cuidarte y respetarte durante todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.
- Yo Rebeca, te tomo a tí, Juan, como mi legitimo esposo y prometo serte fiel, amarte, cuidarte y respetarte durante todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe.
Después vino el "sí quiero" y el beso, fue sin duda alguna el beso mas bonito que jamás me habían dado, apenas estuvieron nuestros labios fundidos durante unos segundos, pero para mí, durante esos instantes, el tiempo se detuvo. La miré a los ojos, jamás su mirada fue tan expresiva. Nueve años después, ya no era mi novia, era mi esposa. Salimos de la iglesia bajo una impresionante lluvia de arroz, de allí hacia un viejo caserón del XVIII para hacer las fotos a bordo del Rolls y de allí al restaurante. Aquel coche era impresionante, un yate de superlujo sobre ruedas. Lo peor para mí fue la sesión de fotos, una tortura, agudizada por la incomodidad de aquellos zapatos, si mis pies estaban mal, no quiero imaginarme los de ella, con aquellos enormes tacones. En el restaurante fuimos recibidos entre aplausos, llegó el postre y nos tocó cortar la tarta, me extendieron una espada para hacerlo, un regalo de Ricardo, Rebeca y yo empuñamos aquel arma y le dimos el primer corte a aquella tarta de cuatro pisos que ella eligió. Tras los brindis, especialmente cachondo el de Iago, empezó el baile, inaugurado por nosotros, siendo la canción de nuestro primer baile como matrimonio el vals de la banda sonora de la película "Doctor Zhivago", el "tema de Lara", una de sus composiciones favoritas, bailábamos los do mirándonos a los ojos. Si la primera fue ese elegante vals, la última canción que sonó fue "te casaste, la cagaste" cantado por las voces etílicas de nuestros amigos. Después instaron a Rebeca a que lanzase su ramo, ella se giró y lanzó aquel manojo de rosas hacia atrás, y quien lo recogió fue Alba. Después intentaron cortarme la corbata, me resistí pero fue inútil, me cortaron la corbata, la trocearon y repartieron los trozos entre los asistentes.
De allí tras sacarnos varias fotos con nuestros amigos, volvimos a subir en el impresionante coche inglés hasta nuestra casa, la cogí en brazos, cruzamos así el umbral de la puerta y subimos hasta el dormitorio, al llegar ella se descalzó, aún en mis brazos. La tumbé en la cama y me senté a su lado.
- Hoy ha sido el día más feliz de mi vida, todo ha sido perfecto.
- Es cierto, este día no lo podremos olvidar fácilmente.
- Es nuestra noche de bodas, sabes -dijo sugerentemente- estoy deseando quitarme el vestido... Tras decir eso se metió en el cuarto de baño y salió de allí con el conjunto de ropa interior más sugerente que jamás le había visto.
Tras una de las veladas más especiales de mi vida, empezamos a hacer las maletas para nuestra luna de miel, el destino, diez días en Los Ángeles. Al aterrizar allí, en el aeropuerto LAX, nos dirigimos a una agencia de alquiler de coches, el elegido fue un hermoso Mustang V8 descapotable, ideal para disfrutar de la anchísima autopista que nos llevaría al "downtown" de Los Ángeles y de una soleada tarde. Tras varios días haciendo turismo visitando los diversos estudios de cine de Hollywood, diversas tiendas del centro, ir a la playa a Santa Mónica, pasear por Rodeo Drive... tuvimos que despedirnos de aquella hermosa ciudad rumbo a casa. Tras entregar el montón de regalos que habíamos traído a nuestro amigos, y tras ir a comer con varios familiares, tocó volver a la normalidad, aunque había algo diferente, aún no me creía que la alianza estuviese en mi mano, me parecía todo tan bonito... 
Los días fueron pasando, se convirtieron en semanas, y así ya casi llevábamos dos meses casados. Una tarde, de viernes, yo estaba en el garaje, ella se acercó a mí, me dio un toque en el hombro y empezó a hablar con una voz muy suave y dulce.
- Hola amor, ¿cómo estás?
- Bien, ¿y tú?
- Vengo del médico, no quise decirte nada, pero estos días, me he mareado varias veces, tuve náuseas -empezó a acariciarse el vientre con suavidad- y, bueno... estoy embarazada...
No pude evitarlo, dejé lo que estaba haciendo y corrí para besarla y abrazarla.
- ¿¡Sí!? oh dios mío, y ¿está bien?... dios, tenemos que empezar a arreglar una de las habitaciones de arriba...
- Tranquilo, vamos a tomarlo con calma, llevo poquitas semanas aún, así que tenemos mucho tiempo por delante. El lunes tengo cita con el ginecólogo. Me gustaría que me acompañases.
Ese mismo fin de semana fuimos a comer con mis abuelos, tan pronto como Rebeca cruzó la puerta, mi abuela la miró y le dijo un "niña, ¡tu estás embarazada!". Ella se echó a reír y confirmó la noticia a mi abuela, que no suponía, afirmaba, porque "tienes la cara descajada, y yo ya soy muy mayor y entiendo de esas cosas...". Después dimos la noticia a nuestros padres, encantados de ser abuelos en un futuro próximo. Todo parecía ir cada vez mejor.
Un día, al volver de trabajar, me puse a leer el correo, no me fijé en un sobre, al abrirlo me encontré una ecografía, y una foto de Rebeca saliendo de una de las consultas del ginecólogo. Empecé a poner muy nervioso, le dí la vuelta a la ecografía y me encontré una nota pegada a ella, escrita en letra Times New Roman, otra vez, mi bonito mundo volvía a tambalearse una vez más.

Pobre bebé que se criará sin padre, qué opinará la gente de una madre viuda... mejor aún, el hijo y la mujer de un bastardo como tú deben morir. Tu semilla será erradicada.


Al leer aquella nota empecé a ponerme muy mal, corrí al cuarto de baño, no pude evitar vomitar de asco hacia el hijo de mala madre que ahora no sólo quería matarme a mí, sino a quienes yo más quería. Rebeca llegó al baño, al verme dijo "Eh, que en principio la que tiene náuseas soy yo..." al ver mi cara, dejó las bromas y vio que algo serio pasaba, pasé de decirle nada sobre la nueva amenaza, la rompí y la tiré a la basura. a partir de aquel día empecé a llevar una navaja en el bolsillo, que cada noche dejaba en un cajón de la mesilla y un bate de béisbol en el coche. Estaba dispuesto a matar a ese malnacido si me lo encontraba. No me importaría morir defendiendo a mi familia. Aquella noche intenté dormir, no lo conseguí, estaba en alerta, me pasé toda la noche abrazada a ella, velando su sueño, no permitiría que le pasase nada.

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