jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 6: Cuando un hombre ama a una mujer

Últimamente me había vuelto un autómata. Lo único que hacía era redactar informes sobre contratos. Todo monotonía, salvo a las horas de descanso. Un martes recibí una llamada a mi móvil, un número desconocido, era muy raro. serían las once de la mañana.
- ¿Si?
Una voz temblorosa y excesivamente nerviosa de mujer comenzó a hablar.
- Juan, soy Carmen, tienes que venir al hospital ya, es Rebeca, ha tenido un accidente, está muy grave, ven ya, ¡por favor!
- ¡¡¡¿¿¿Qué???!!! voy enseguida.
Colgué el teléfono sudando frío. Dejé recado a mi nuevo compañero, Ricardo (viejo amigo de la facultad, reencontrados después de mucho tiempo) que avisase a personal de que tenía que marcharme. Salí disparado por el pasillo, la gente que se cruzaba conmigo me miraba con una cara de extrañeza, a saber que cara llevaba yo. Me crucé con Alba.
- ¿A dónde vas, Juan?
- A por el coche, Rebeca ha tenido un accidente y voy al hospital. Noté que ella giró sobre sus pasos e iba detrás de mí.
- ¿Es grave?
- Sí. Dije eso mientras buscaba las llaves del Shelby. Mierda, mierda -repetía- donde están las llaves...
- Voy contigo, estás muy nervioso...
Bajamos corriendo por las escaleras mientras ella llamaba a personal para avisar de que se ausentaba conmigo. Abrí el coche, me subí, y ella también. Me puse el cinturón y salí de la plaza del parking como si de la salida de una carrera se tratase. El mismo giro a izquierdas dónde Alba me adelantó con su BMW, lo di a una velocidad mucho más elevada que la de aquella vez, encarando la rampa de salida y notando que el coche saltaba ligeramente, la valla estaba subida, aceleré más, haciendo rugir a la bestia, y me dirigí al hospital a toda velocidad. No puedo recordar a cuanto iba, pero a mucho mas de los 70 Km/h de límite de aquella carretera. Adelantaba sin apenas mirar a los demás coches, sin miedo, como si todo lo que vieran mis ojos fuesen escenas de un videojuego, no había más prioridad que la mía. Alba iba en silencio.
Llegamos al hospital, me bajé corriendo, llamé a Carmen, trabajaba allí como pediatra, para que me dijera donde estaba mi novia. Cuando llegué al box donde estaba y la vi, el panorama no podía ser más desolador. Tumbada boca arriba en una cama, con una mascarilla de oxígeno, sus brazos acribillados con las agujas de un montón de sueros y sangre, estaba inconsciente. Un doctor bastante joven se acercó a mi.
- Buenos días, ¿es usted el marido? dijo señalando a su cama.
- No, soy su novio. ¿Cómo está?
El doctor puso una cara muy seria, un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
- Voy a ser sincero, dudo mucho que pase de esta noche, aún no está estable. Y si sobrevive, quedará tetrapléjica, aunque no puedo asegurárselo, estamos haciendo pruebas y...
En ese momento un inmenso dolor de cabeza se apoderó de mí, vi como se me nublaban los ojos y empezaba a marearme. Necesitaba sentarme, empecé a llorar. La mujer de mi vida estaba debatiéndose entre la vida y la muerte. Sólo tiene veintisiete años, es demasiado joven. Noté que Alba se sentó a mi lado, su cara estaba desencajada. Puso su mano sobre mi hombro y después me abrazó. No sé cuanto tiempo estuve allí sentado. Llegaron los padres de mi chica, me vieron y al ver mi cara su madre empezó a llorar también. Se acercaron a mí y les conté lo que aquel médico me había dicho. Desesperación, miedo, ira... mi mente era un complejo de sensaciones. Carmen llegó, estaba muy afectada. 
Pasó mucho tiempo, ya me había tranquilizado algo. Al verme más tranquilo, Alba decidió irse.
- Juan, lo siento, tengo que irme. Voy a coger un taxi.
- Llévate mi coche. Gracias por todo.
- No, prefiero ir en taxi. Llámame para lo que necesites. Sé fuerte.
- Gracias, de verdad.
Se despidió con la mano, caminando con paso lento hacia la salida. Estuve un montón de horas allí. Mis "suegros" me presionaban para que fuese a comer y a cenar, no quería ir. Mi conciencia me impedía separarme de aquel cristal tras el cual estaba ella. Sus padres siguieron presionándome, me dijeron que se quedarían ellos con ella esa noche. Acepté a regañadientes y prometí que la noche siguiente la pasaría yo con ella.
Llegué a casa y me metí en cama, era incapaz de conciliar el sueño viendo aquel hueco que ella había dejado. Sentía su olor. Bajé al salón, con la esperanza de que el whisky me ayudase a conciliar el sueño. Por sistema empecé a ojear un álbum de fotos. Nuestras vacaciones en Roma, sentados ante la Fontana di Trevi con un helado en las manos, en Londres, ella abrazada a mí en Trafalgar Square, en Marbella, nuestras primeras vacaciones juntos, junto a un McLaren F1 que vimos en la calle. Volví a llorar, y busqué refugio en el licor escocés. Poco a poco, tras muchos tragos, el sueño se apoderó de mí, al igual que una idea, que cada vez se repetía con mayor insistencia. Cuando me desperté el reloj marcaba las 9 de la mañana. el teléfono no registraba ninguna llamada ni mensaje. Me puse en lo peor, y decidí llevar a cabo la idea de la noche anterior. Fui al garaje, rebusqué en una esquina y encontré lo que buscaba. Me subí a la pequeña escalerilla de 3 peldaños con la cuerda en la mano, lancé la cuerda por encima de una viga del garaje. Me fijé en que la noche anterior, no había cerrado la puerta del mismo, era una mañana muy luminosa gracias a la cual estaba muy iluminado mi pequeño santuario. Hice un nudo corredizo mientras me parecía escuchar voces de mujer cerca. Metí mi cabeza por el hueco del nudo, lo apreté un poco, y en el mismo momento en que daba una patada a la escalera y notaba como el nudo cedía asfixiándome, Alba y Carmen entraban en el garaje gritando desesperadamente un "¡¡¡Juan, no!!!". Oía cada vez sus gritos más lejanos, y vi como Alba, que llegó primero, me cogió por las piernas intentando levantarme hacia arriba, apenas estuve suspendido unos segundos. Fue un acto reflejo de ella, increíble como una chica menuda de apenas 50 kilos era capaz de levantar a alguien que la doblaba en peso por la acción de los nervios. Carmen buscó algo para cortar la cuerda, lo hizo y en ese instante las fuerzas de Alba cedieron, cayendo yo de espaldas sobre el suelo. La luz se apagó.
Me desperté en el sofá del salón. Alba me estaba mirando.
- Te parecerá bonito lo que hiciste ¿no? me dijo indignada.
- Nadie te mandó ayudarme, nadie me necesita y a nadie le importo...
- ¿Nadie? ¡Cómo puedes ser tan egoísta! Rebeca te necesita más que nadie. ¿Ibas a dejarla sola ahora? y a mí si que me importas, eres mi amigo, si no no te hubiese ayudado hoy. ¿Te crees que eres el único con problemas?
- Rebeca, pobre, ahora he perdido a lo que más quiero.
- ¿Qué coño dices? se ha despertado, venía Carmen a decírtelo, me encontré con ella en la puerta. Como no contestaste y vimos el garaje abierto fuimos a mirar y ya te vimos colgado. Lo primero que hizo fue preguntar por tí.
No podía ser. Corrí a cambiarme y me llevó hacia el hospital. Iba mirando por la ventanilla del BMW, cuando ella volvió a romper el silencio:
- Perdona si he sido demasiado dura, pero ¿por qué hiciste eso?
- Estaba nervioso, tenía miedo, esto me sobrepasó...
- Esa no es la solución, te entiendo, pero así aún sería peor.
- Ya lo sé. No tengo que perdonarte nada, tú a mi sí. Gracias por salvarme la vida. 
Llegamos al hospital, ella estaba tumbada. Su cara estaba desfigurada, estaba llorando.
- Hola...
- He oído que no volveré a caminar, ni a poder moverme. Soy una carga. No quiero vivir así.
- No eres una carga -las lágrimas empezaron a asomar por mis ojos-. eres el amor de mi vida, yo cuidaré de tí. Lo dejaré todo...
- ¿Que te ha pasado en el cuello? lo tienes muy rojo.
Aparté la mirada de ella e intenté tapar la rozadura que el nylon hizo a mi piel. Ella lo vió y enseguida se dió cuenta de lo que había hecho, empezó a llorar más. Le sequé las lágrimas y le dije:
- Dudé, ahora estoy seguro. Tu eres el eje de mi vida, y necesito estar a tu lado, esta noche me quedaré contigo.
Aquella fue la primera de varias noches de las que pasé en la habitación 348, mientras ella dormía yo agarraba una de sus manos. Una noche, de viernes, me dormí. Un notable dolor se apoderaba de mi mano derecha, tan agudo que me desperté y vi la visión más maravillosa que pude tener. Ella dormía, debía tener una pesadilla y con su mano izquierda se aferraba a la mía mientras me clavaba las uñas. La desperté, y le enseñé las marcas que había dejado en mis manos. Llamé a las enfermeras, al ver aquello, llamaron al médico de guardia. El lo dejó muy claro: se había producido un error, no tenía ninguna lesión medular grave. Aquella lesión era temporal. Dentro un tiempo, que no se podía saber aún, ella volvería a ser la de siempre. el médico le aseguró: "te doy mi palabra de que saldrás de esta habitación por tu propio pie".
Aprendí ese día varias lecciones: había gente que me apreciaba, que la vida era demasiado hermosa como para colgarse y, la más importante de todas, que por muy mal que pinten las cosas, siempre hay que tener un pequeño rayo de esperanza.

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