martes, 5 de marzo de 2013

Epílogo: Treinta años después

- Juan, apura, vamos a llegar tarde a la presentación de la niña.
- Que tiene ya treinta años, hace varios que dejó de serlo. 
- Bueno, para nosotros siempre será nuestra niña, no niegues que tienes ganas de verla...
- La verdad es que sí, hace mucho tiempo que no la veíamos.
Alguien llamó a la puerta de nuestra habitación, era Alba.
- Vaya Juan, aún conservas los gemelos que te regaló Koenigsegg, tienes la corbata un poco torcida hacia la izquierda. Espera que te la corrijo. ¿A qué hora teníamos que estar allí?
- En veinte minutos, ya estoy acabando. 
En ese momento, mientras me ponía la americana, recibí una llamada de teléfono. Era mi hija.
- Papá, están esperando por vosotros en recepción, he mandado un coche para que os fuese buscar. ¿Os ha gustado la habitación?
- Sí, este hotel es impresionante, dale la gracias a la empresa por la invitación.
- No hay de que. ¿Madrina está con vosotros?
- Sí, bueno cariño, nos vemos ahora.
- Hasta luego papá. Un beso.
Salimos del lujoso hotel "Intercontinental", a la salida, un hombre vestido de chófer nos estaba esperando al lado de un Audi A8 con matrícula italiana.
El frío de marzo en Ginebra era impresionante, la nieve hacía acto de presencia en cada esquina. El hombre se acercó a nosotros y nos habló.
- Buon giorno, mi chiamo Battista. La signorina Alba mi ha mandato a prenderti.
Nos abrió las puertas del Audi y subimos. Durante el trayecto, miraba por la ventanilla el paisaje, el Lago Léman con su Jet d'eau era el marco incomparable para pasar una temporada rodeado de todos los lujos. Nunca había estado antes en Suíza, pero me parecía un país encantador. Cuando llegamos a nuestro destino, Battista se bajó del Audi y nos repartió unos pases, se despidió amablemente de nosotros y se fue. Nosotros entramos, gracias a mi hija, ahora podría hacer realidad uno de mis sueños, ir al salón del automóvil de Ginebra. Empezamos a buscarla, y de pronto, entre la multitud, una mujer de larga melena rubia apareció ante nosotros. 
- ¡Hola! Ya estáis aquí, qué bien, venid conmigo, en media hora empezamos.
- Vale -dijo Rebeca- ¿Estás nerviosa, corazón?
- Un poquito.
- No te preocupes todo saldrá bien.
- Gracias papá, a ver si te gusta...
- Uy, seguro que sí -apuntó Alba sénior- él está más nervioso que tú, jaja.
- Gracias madrina, venid, os tengo reservados asientos en primera fila.
Ella nos llevó al sitio en cuestión, nos sentamos y ella empezó a atender a los periodistas. A todos les decía lo mismo, que esperasen a después de la presentación, que estaba segura de que el modelo conmemorativo del ochenta aniversario de la marca no defraudaría a nadie.
La espera fue larga, de pronto las luces se apagaron y un vídeo promocional haciendo repaso de ochenta años de historia empezó a proyectarse, tras eso, el director general de la empresa dijo unas palabras y tras introducir a mi hija, ella empezó a hablar en un fluido inglés. Mientras hablaba del modelo en cuestión, yo empecé a recordar los momentos que me brindó. Sus primeras palabras, sus primeros pasos, el día en que aprobó selectividad, cuando sacó el carnet de conducir... No fue una adolescente rebelde, pero sí atípica. De su madre heredó su belleza y su inteligencia, de su padre, el amor por los coches y un espíritu luchador que la empujaba a ser la mejor en todo, pero respetando a los demás. Entonces miré a Rebeca y a Alba, los tres estábamos emocionados, miré a mi hija, con aquel traje de falda y raya diplomática, era la viva estampa de su madre. Empecé a recordar el día que fue admitida para estudiar ingeniería, su madre no lo entendía, pero siempre la apoyó. Fue la número uno de su promoción, fruto de su inteligencia y tesón. Fue becada a estar un año trabajando de ayudante de Frank Stephenson Santos, diseñador jefe de McLaren, en Woking. Después, Lamborghini la contrató, empezó como ayudante, después como jefa de diseño de interiores y ahora, era la diseñadora jefe de la casa del toro. La prensa especializada la definía como la niña prodigio del diseño. Stephenson Santos dijo de ella que entraría en los anales del diseño, pudiendo eclipsar a diseñadores como Bertone o Pininfarina. Aún conservo los primeros bocetos que trazó, me los regaló y cuelgan enmarcados en mi despacho. 
Ella acabó el discurso, el coche estaba a su derecha, cubierto por una funda de terciopelo de color rojo pasión con el logo de la casa bordado. Ella cogió una parte de la funda y el director general de la firma, otra. Ambos la levantaron enérgicamente y dejaron al descubierto aquella máquina que rezumaba belleza e ingeniería a parte iguales. Se causó un profundo silencio entre los asistentes, sólo cortado por los flashes. De pronto, ella puso su mano sobre el coche y gritó: "La nuova Lamborghini è qui! Il suo nome è Perdigón".

Todos los asistentes nos levantamos y empezamos a aplaudir, pude ver como ella se emocionaba, era el primer coche que ella diseñaba. La verdad es que parecía un tiburón de fibra de carbono, sus trazos llevaban el ADN de la casa, agresividad y belleza plasmadas en carbono. 
- Juan, ¡menuda maravilla! -dijo Alba sénior-.
- Ya te digo, es precioso.
- ¿Nuestra niña ha hecho eso? -dijo Rebeca-, ¡es precioso!
Entonces mi Alba, siguió su discurso, las cifras eran de auténtico infarto, cuando nació mi hija, aquellas cifras serían las propias de una nave espacial de un videojuego. Hoy, los coches híbridos parecían haber arrinconado a los de toda la vida, aunque Lamborghini resistía con fuerza y seguía haciendo coches a la antigua usanza.
La presentación terminó, mi Alba se vio asediada por las preguntas de los periodistas, que respondió una a una con una sonrisa en los labios, al igual que lo haría su madre. Mientras tanto, me dediqué a observar con lupa aquel impresionante vehículo. Me emocionaba ver la chapita que delante de la ruedas traseras lucía la firma de mi hija con el consabido "Disegno di Alba Díaz". Ahora su nombre reemplazaría al de Marcello Gandini o Luc Donckerwolke como autora de los vehículos más impresionantes salidos de la factoría de Sant' Ágata Bolognese. Ella acabó de hablar con los periodistas y estaba hablando con su madre y su madrina.
- Mami, ¿te gusta?
- Es precioso hija, sabes que no entiendo de coches, pero me encanta.
- ¿Y a tí, madrina?
- Me encanta, ¡quiero probar uno!
- Hola papá, ¿te gusta el Perdigón?
- Es impresionante, me gusta que sigas con la tradición de ponerle el nombre de un toro famoso...
- Sí, Perdigón era un Miura, me alegro que te gustase -entonces empezó a sonreír-, tu crítica es para mí la más importante. 
- No podrías haberlo hecho mejor, sigue así. Dame un abrazo anda.
Ella se abrazó a mi, hacía meses que no podía verla, desde que vivía en Italia sólo nos veíamos en los meses de vacaciones.
- Están empezando a fabricarlos, las primeras diez unidades empezarán a entregarse en verano, me gustaría que vinieseis a la fábrica para verlas, os invito. La número uno se quedará en el museo, las otras las entregaremos a sus propietarios, y una la llevaremos al Paso del Stelvio, para que las pruebe la prensa. A ver si consigo que os dejen a vosotros probarla. Ah, madrina, ¿y Andrés como está?
- Bien, siente mucho no haber podido venir, trabajo, ya sabes, te manda un beso.
Decidimos irnos al hotel para comer. No podía sacar de la cabeza la imagen del Perdigón, era impresionante, jamás había visto una máquina tan fascinante. Al salir, Battista estaba esperándonos para llevarnos de vuelta al Hotel Intercontinetal. Allí comimos con mi hija. 
A la mañana siguiente, nos llevaron hacia el aeropuerto, Alba, mi hija, nos acompañaba. Se despidió de nosotros y volvió al salón, tenía compromisos de marca con los que cumplir. 
Los meses fueron pasando, y la prensa del automóvil española se dio eco del Perdigón y varias entrevistas con mi hija cubrieron páginas y páginas de revistas. 
Una tarde de mayo recibimos una llamada de mi pequeña Alba, la entrega de los primeros Perdigón iba a hacerse, así que nos invitaba como VIP's a ella. Aquella noche cenamos con Alba -la madrina- y Andrés. Desde su boda, se habían mudado a nuestra zona, vivían a unos cinco minutos a pie de nuestra casa. Alba sénior parecía encantada con la noticia de ir a la Lombardía para ver la fábrica de Lamborghini. Nos pusimos en contacto con ella y nos dijo que no nos preocupásemos por nada, ella nos reservaría vuelo y hotel.
Llegó el día, Rebeca, Alba y yo pusimos rumbo al aeropuerto, Andrés no pudo acompañarnos por motivos laborales. En el aeropuerto vimos un jet privado con las letras Automobili Lamborghini en el fuselaje, una azafata con un polo de la casa del toro se acercó a nosotros, nos habló con fuerte acento italiano:
- ¿Son los invitados de la signorina Alba?
- Sí.
- Por favor, acompáñenme.
Seguimos a la azafata hasta el avión, ella cogió nuestras maletas y las guardó. Nunca me habían mimado tanto en un vuelo como en aquel. Llegamos a Italia, allí volvía a esperarnos Battista y su Audi A8, nos saludó con la típica efusividad italiana y nos condujo hasta la fábrica. Allí, a sus puertas nos esperaba sonriendo mi hija. No pudo esperar más, y tras abrazarse a nosotros empezó a enseñarnos la fábrica. Con su eterna sonrisa empezó a saludar a todos los empleados que se encontraba, la saludaban con cariño y respeto, allí era conocida con "la signorina Alba" y ella conocía a todos los empleados. La visita acabó en su estudio, plagado de bocetos, a su lado, estaba un garage con una unidad camuflada de pruebas, un mecánico la llamó, Alba le dijo en italiano algo, y el mecánico se despidió sonriente y ordenando a otros algo de parte "la signorina Alba". Los mecánicos la trataban casi con reverencias. Llegó la hora de comer y nos llevó a un típico restaurante muy cercano. Allí también la conocían, iba a comer todos los días allí. La comida estaba realmente buena, gracias a la dueña, una señora de mi edad, descubrí que la pasta carbonara no lleva nata, al decirle que en España se la echábamos exclamó horrorizada un "Porca miseria, è un sacrilegio!". 
Después de la comida volvimos a la fábrica, vimos como la unidad número uno del Perdigón entraba en el museo, unos mecánicos lo empujaban enfundados en unos guantes. Era amarillo, el clásico "giallo" de la casa, las unidades dos y tres también lo eran, estaban a las puertas del museo, listas para ser entregadas. Entonces mi hija se acercó al Director General de Lamborghini, éste le entregó dos pequeñas cajas de madera y cuero acolchado, se acercó a nosotros y nos entregó una a mí y otra a su madrina.
- Esta es mi manera de daros las gracias por todo vuestro cariño y apoyo. El número tres es el tuyo, madrina el dos es vuestro -dijo mientras nos entregaba la caja-. Mañana los llevaremos al Paso del Stelvio, podréis conducirlos el tiempo que queráis, tendremos la carretera totalmente cerrada para nuestro uso y disfrute.
- Gracias Alba, no tenías por qué hacer esto...
- Sí que tenía, papá. Bueno, papá, madrina, mañana nos vemos en el Stelvio.
A la mañana siguiente partimos hacía lo más alto del Paso del Stelvio, mientras subíamos, no pude evitar acordarme de la escena inicial de la clásica "Un trabajo en Italia", aunque ahora sería yo el encargado de subir esa carretera con mi Lamborghini, que no era un Miura, pero al menos era mío. Mi hija me sacó de mi mundo interior tocándome un hombro.
- Papi, este coche hará que te olvides del Shelby...
- No lo creo, el Shelby lo volví a montar yo... por eso le tengo tanto cariño.
- Bueno, pues del F1 sí...
- Eso está claro, seguro que tu "Lambo" es una máquina perfecta.
Llegamos a la cima, nuestros toros estaban esperando a ser lidiados bajando las numerosas curvas del Paso del Stelvio. 
Me acerqué al coche y me subí. A mis cincuenta y ocho no puedo decir que estoy torpe, pero que no me exijan la agilidad de un chaval de veinte, por lo que me costó un poco subir. Alba hizo lo mismo en el suyo. Encendí mi Perdigón, sonaba muy poderoso, intimidante, pero no como lo hace mi Shelby. Alba -sénior- iba acompañada por su ahijada, puso su coche a mi par, bajó la ventanilla y empezó a hablar.
- Bueno, voy yo delante, nos vemos abajo.
- Muy bien, yo te sigo.
Alba aceleró poco a poco, yo iba detrás, me esperaban una sucesión de curvas montaña abajo y arriba. No me daba miedo, llevaba el mejor superdeportivo de la época, además lo había diseñado la mejor diseñadora del momento, mi hija Alba.




FIN

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