martes, 25 de febrero de 2014

2º Epílogo: Una tarde con Alba

Era una tarde calurosa de principios de verano, de esas que por mucho que te pongas a la sombra, el calor te abrasa y hace que sudes como si estuvieses en un horno. 
Estaba de vacaciones, aprovechando que era última hora de la tarde para poner a punto mi querido Shelby. Casi habían pasado veinte años desde que estaba en mi poder. Seguía tan imponente como siempre, seguía siendo la envidia de los salones y concentraciones de históricos a los que asistía. Los trofeos que me hizo ganar flanqueaban las dos copas que había ganado en el Nordschleife, presidiendo la vitrina que estaba en el salón. 
Cuando entraba en el garaje, miré durante unos minutos el GT-R. No pude evitar dibujar una sonrisa de orgullo al verlo. Al acercarme a la puerta del conductor, dos pegatinas confirmaban mi reinado durante dos años en el "Infierno verde". Volví sobre mis pasos, y me dirigí a mi Shelby. Abrí los pines de sujección del capó, lo aseguré y comprobé los niveles de aceite y los otros líquidos, así como la batería. En el momento en que aparté la mirada del vano motor y la dirigí al fondo del garaje, tuve una especie de deja-vu: apoyada en el marco de la puerta, sonriendo, con su larga melena rubia estaba la mujer más importante de mi vida, mi hija Alba. Ella se acercó a mí, aún portando la mochila de playa sobre su hombro izquierdo, la posó cerca de una de las paredes y me dio un beso en la mejilla.
- ¡Hola papá! ¡Ya estoy aquí!
- Perfecto, ¿qué tal en la playa?
- Muy bien, aguantando a la pesada de Cris presumir de su coche nuevo y criticando que tu conserves ese coche azul viejo...
- Pasa de ella...
- Ya, bueno, nunca me dijiste que tiene de especial el Shelby para tí...
- Te lo contaré, pero antes acércame la llave de bujías que está en el cuadro a tu izquierda.
Ella salió en busca de la llave, volvió con ella sin dejar de sonreír.
- Mira Alba, cuando yo era pequeño, iba mucho a un viejo taller de mi barrio. Allí tenían un póster de un Shleby como éste. Pasé tantas horas admirando aquel póster que el mecánico decidió regalármelo. Los años pasaron, pero nunca olvidé aquel coche. Un día tuve que ir al desguace, ya ni recuerdo por qué, cuando vi este Shelby. Ese mismo día lo traje a casa y menuda broncaza me echó tu madre. 
- Jajaja, yo tampoco entiendo qué le ves al Shelby, los hay más bonitos en la nave de la empresa...
- Yo tampoco entiendo como una señorita de 18 añitos está súper enamorada de un coche que se lanzó antes de que ella naciese...
- ¡Eh! ¡No hables mal del Lamborghini Veneno!
- Juan, físicamente es igual que su madre, pero tiene el mismo carácter que tú...
Yo estaba de espaldas a la entrada del garaje, mi hija estaba apoyada sobre la aleta derecha del Shelby, ambos nos giramos hacia la entrada, origen de aquella voz femenina. 
- ¡Hola madrina! 
- Hola Alba, no te habíamos oído llegar.
- Ya me dí cuenta, vuestras discusiones siempre son así. ¡Albita! ¿No vienes a darme un beso? Encima que vengo a felicitarte por esa matrícula en selectividad...
Ella se acercó a su madrina, abrazándola con fuerza.
- ¡Cómo has crecido! Aún te recuerdo cuando eras un bebé. ¿Quién nos iba a decir que ibas a ser tan alta? Tienes unas piernas tan largas como un día sin pan...
Yo me eché a reír. La verdad es que Alba sénior tenía razón. Aquellos short vaqueros confirmaban lo ella había dicho, mi hija era una mujer realmente alta.
- Es cierto, su madre a su edad no era tan alta, bueno, no os quedéis ahí, entrad. ¿Alba, quieres tomar algo, una cerveza u otra cosa?
- Una cerveza está bien, si no es mucha molestia.
- Enana, acompaña a tu madrina al salón mientras voy a la cocina.
Ellas entraron al salón y tomaron asiento mientras yo rebuscaba en la cocina un abrelatas para abrir una lata de aceitunas. Tras una breve pelea, entré por la puerta del salón, coloqué las cervezas en la mesa y me senté junto ami hija.
- Le estaba contando aquí a la chiquilla de cuando fuimos al Nordschleife, la primera vez, cuando casi acabas a puñetazos con el suízo aquel del Porsche 4.0.
- Es cierto, ¿te acuerdas de cuando te adelanté en el salto?
- ¡Qué miedo! Tu padre me pasó tan cerca que casi me arranca el retrovisor. Porque de aquella no tenía el M3, que si no...
- Te gané con el GT-R al año siguiente y te recuerdo que cuando pagaste la ronda de pulpo en Mugardos yo llevaba el Shelby...
Alba sénior posó su cerveza en la mesa sonriendo. Acarició a su ahijada el pelo y me miró de manera melancólica.
- ¡Qué jóvenes éramos! Albita, ¿nunca te enseñamos las fotos del Nordschleife?
- No, creo que nunca las vi.
Yo me levanté en ese momento, fui hacia la estantería y cogí uno de los álbumes de fotos. Me senté de nuevo y ambas se acercaron a mí.
Al abrirlo, una de las primeras fotos que había era de nuestra llegada al Dorint, muchísimas fotos del Nordschleife, mi hija las miraba boquiabierta. El álbum seguía con otras fotos que nada tenían que ver con nuestra visita al circuito alemán.
- Papá, ¿esos coches son dos Agera R?
- Sí, a tu madrina y a mí nos los prestaron un día, ¡cómo corrían!
- Es cierto, ¿recuerdas cómo adelantamos a aquel camión? Cada uno por un lado, en plan peliculero...
Mi hija seguía ojeando el álbum, había fotos anteriores a nuestro viaje al Nordschleife en él, pero que había colocado después, supongo que para tenerlas recogidas en algún sitio y que no anduviesen disperas por ahí. Una de las fotos era de una fiesta.
- ¡Anda! -dijo mi hija-. ¡Qué jóvenes salís aquí! ¿Quién es esa chica?
Alba sénior se acercó a mirar, después me miró sonriendo.
- Esa chica era Laura. Pobrecita...
- Sí, pobre.
- ¿Pero quién era?
- Te acuerdas que siempre te conté que cuando eras un bebé una amiga de tu madre que se volvió loca intentó matarnos, pues esa loca mató a Laura por que intentó ayudarme.
- Ah, vale, es esa chica a la que llevas flores al cementerio, ¿no?
- Sí, la misma.
En ese momento se hizo un silencio, mi hija nos miró buscando una solución a aquel silencio, creo que comprendió jamás pude olvidar a Laura, todavía sigo culpándome de su muerte.
- Bueno Albita, ahora que aprobaste selectividad, ¿qué vas a estudiar?
- Quiero hacer ingeniería y diseño industrial. Me encantaría que al acabar pudiese hacer el curso de Istituto Europeo di Design en Turín...
- Eso tiene pinta de ser complicado...
- Ya madrina, pero quiero ser diseñadora de coches...
- Juan, ¿tú que opinas?
- Si es su sueño, adelante, la apoyaremos siempre.
- Seguro que serás la mejor.
- Eso espero.
Fue en ese momento cuando Rebeca entró en casa, ella aún tenía que ir a trabajar, nos saludó a todos e invitó a Alba a quedarse a cenar, invitación que ella había declinado.
Los días fueron pasando, hasta que llegó el momento de la publicación de las listas de admitidos en la Universidad. Acompañé mi hija a ver la listas, sus amigas ya habían llegado y la estaban esperando. Ellas entraron en aquel edificio cruzándose miradas nerviosas. Al cabo de un buen rato las vi aparecer por la puerta. Caras de satisfacción, de tristeza... pero Alba salía sonriente. Al verme, se echó a correr y me abrazó-
- ¡Lo conseguí! ¡Me han admitido!
- Enhorabuena, tendremos que llamar a mamá para darle la noticia.
- Sí, claro.
- Bueno, ahora voy a hacerte un pequeño regalo, siempre quisiste conducir el Shelby, toma las llaves. Vamos para casa.
Ella me miró emocionada, volvió a abrazarme y nos dirigimos hacia el coche. Cuando ella se sentó me contó los resultados de sus amigas. Encendió el coche, al oír su motor sonrió, le dio unos acelerones en vacío, luego metió primera y puso rumbo a la calle. Allí en un semáforo de doble carril estaba el coche de su amiga Cris. Alba se puso a la par, aceleró y miró a su amiga. Ella hizo un gesto despectivo que Alba contestó estirando su dedo corazón izquierdo y, aprovechando que el semáforo estaba en verde, arrancando con un bonito burnout. La miré, sonreía.
Aquella noche celebramos una fiesta, a la que asistieron nuestros amigos y los de mi hija. Empezaba para ella el verano anterior a la entrada de la Universidad, que suele ser de los mejores. Ahora tenía que disfrutar y relajarse.
Los meses de verano pasaron volando, tanto que un día nos vimos cargando cosas de mi hija y llevándolas a su colegio mayor. Su compañera de habitación era conocida, Cris, por lo menos mi pequeña Alba no se sentiría tan sola. Aunque discutían mucho, eran grandes amigas.
Durante el camino de vuelta a nuestra casa, ni Rebeca ni yo dijimos nada. Al llegar ambos cenamos en silencio. Antes de acostarme me detuve un rato ante la puerta de su habitación, la abrí, pero no entré. Me quedé en silencio viendo aquella escena. Rebeca se acercó por detrás, tocándome un hombro.
- Sólo lleva fuera unas horas y ya estamos echándola de menos... Ya es toda una mujer... 
- Sí, es ley de vida.
- Me dijo que dejó algo para tí encima de su cama. Bueno, me voy a acostar.
Antes de entrar le di un beso a Rebeca. Encima de la cama de mi hija, al lado del peluche que le regaló su madrina al nacer había un sobre.
Tomé aquel sobre y me apoyé en su escritorio, al abrirlo me encontré una foto en la que salíamos ella y yo hablando, al lado del Shelby, era reciente, debió haberla hecho Rebeca sin que yo me enterase. No pude evitar emocionarme, al girar la foto me encontré una pequeña nota suya:

Gracias por todo papá. Te quiero mucho.
Alba.


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